TALLER 10
CAPÍTULO
NOVENO
ELECCIONES GENERALES
Por
todas partes te lo van a decir, de modo que no tendremos más remedio que hablar
también un poco de ello. «¡La política es una vergüenza, una inmoralidad! ¡Los
políticos no tienen ética!»: ¿a qué has oído repetir cosas así un millón de
veces? Como primera norma, en estas cuestiones de las que venimos hablando, lo
más prudente es desconfiar de quienes creen que su «santa» obligación consiste
en lanzar siempre rayos y truenos morales contra la gente en general, sean los
políticos, las mujeres, los judíos, los farmaceúticos o el pobre y simple ser
humano tomado como especie. La ética, ya lo hemos dicho pero nunca viene mal repetirlo,
no es un arma arrojadiza ni munición destinada a pegarle buenos cañonazos al prójimo
en su Propia estima. Y mucho menos al prójimo en general, igual que si a los humanos
nos hiciesen en serie como a los donuts. Para lo único que sirve la ética es
para intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender elocuentemente al vecino;
y lo único seguro que sabe la ética es que el vecino, tú, yo y los demás
estamos todos hechos artesanalmente, de uno en uno, con amorosa diferencia. De
modo que a quien nos ruge al oído: «i Todos los... (políticos, negros,
capitalistas, australianos, bomberos, lo que se prefiera) son unos inmorales y
no tienen ni pizca de ética!», se le puede responder amablemente: «Ocúpate de
ti mismo, so capullo, que más te vale», o cosa parecida.
Ahora
bien: ¿por qué tienen tan mala fama los políticos? A fin de cuentas, en una democracia
políticos somos todos, directamente o por representación de otros. Lo más probable
es que los políticos se nos parezcan mucho a quienes les votamos, quizá incluso
demasiado; si fuesen muy distintos a nosotros, mucho peores o exageradamente
mejores que el resto, seguro que no les elegiríamos para representarnos en el
gobierno. Sólo los gobernantes que no llegan al poder por medio de elecciones
generales (como los dictadores, los líderes religiosos o los reyes) basan su
prestigio en que se les tenga por diferentes al común de los hombres. Corno son
distintos a los demás (por su fuerza, por inspiración divina, por la familia a
que pertenecen o por lo que sea) se consideran con derecho a mandar sin
someterse a las urnas ni escuchar la opinión de cada uno de sus conciudadanos.
Eso sí, asegurarán muy serios que el «verdadero» pueblo está con ellos, que la
«calle» les apoya con tanto entusiasmo que no hace falta ni siquiera contar a
sus partidarios para saber si son muchos o menos de muchos. En cambio, quienes
desean alcanzar sus cargos por vía electoral procuran presentarse al público
como gente corriente, muy «humanos», con las mismas aficiones, problemas y
hasta pequeños vicios que la mayoría cuyo refrendo necesitan para gobernar. Por
supuesto, ofrecen ideas para mejorar la gestión de la sociedad y se consideran
capaces de ponerlas competentemente en práctica, pero son ideas que cualquiera
debe poder comprender y discutir, así como tienen que aceptar también la
posibilidad de ser sustituidos en sus puestos si no son tan competentes como
dijeron o tan honrados como parecían. Entre esos políticos los habrá muy
decentes y otros caraduras y aprovechados, como ocurre entre los bomberos, los
profesores, los sastres, los futbolistas y cualquier otro gremio. Entonces, ¿de
dónde viene su notoria mala fama?
Para
empezar, ocupan lugares especialmente visibles en la sociedad y también
privilegiados. Sus defectos son más públicos que los de las restantes personas;
además, tienen más ocasiones de incurrir en pequeños o grandes abusos que la
mayoría de los ciudadanos de a pie. El hecho de ser conocidos, envidiados e
incluso temidos tampoco contribuye a que sean tratados con ecuanimidad. Las
sociedades igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco caritativas con
quienes escapan a la media por encima o por abajo: al que sobresale, apetece apedrearle;
al que se va al fondo, se le pisa sin remordimiento. Por otra parte, los
políticos suelen estar dispuestos a hacer más promesas de las que sabrían o
querrían cumplir. Su clientela se lo exige: quien no exagera las posibilidades
del futuro ante sus electores y hace mayor énfasis en las dificultades que en
las ilusiones, pronto se queda solo. Jugamos a creernos que los políticos
tienen poderes sobrehumanos y luego no les perdonamos la decepción inevitable
que nos causan. Si confiásemos menos en ellos desde el principio, no tendríamos
que aprender a desconfiar tanto de ellos más tarde. Aunque a fin de cuentas siempre
es mejor que sean regulares, tontorrones y hasta algo «chorizos», como tú o
como yo, mientras sea posible criticarles, controlarles y cesarles cada cierto
tiempo; lo malo es cuando son «Jefes» perfectos a los cuales, como se suponen a
sí mismos siempre en posesión de la verdad, no hay modo de mandarles a casa más
que a tiros...
Dejemos
en paz a los señores políticos, que bastantes jaleos provocan ya sin nuestra ayuda.
Lo que a ti y a mí nos importa ahora es si la ética y la política tienen mucho
que ver y cómo se relacionan. En cuanto a su finalidad, ambas parecen
fundamentalmente emparentadas: ¿no se trata de vivir bien en los dos casos? La
ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el
objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia
social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie vive
aislado (ya te he hablado de que tratar a nuestros semejantes humanamente es la
base de la buena vida), cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir
bien no puede desentenderse olímpicamente de la política. Sería como empeñarse
en estar cómodo en una casa pero sin querer saber nada de las goteras, las
ratas, la falta de calefacción y los cimientos carcomidos que pueden hacer
hundirse el edificio entero mientras dormimos...
Sin
embargo, tampoco faltan las diferencias importantes entre ética y política.
Para empezar, la ética se ocupa de lo que uno Mismo (tú, yo 0 cualquiera) hace
con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más
provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la
ética, lo importante es querer bien, porque no se trata más que de lo que cada
cual hace porque quiere (no de lo que le pasa a uno quiera o no, ni de lo que
hace a la fuerza). Para la política, en cambio, lo que cuentan son los
resultados de las acciones, se hagan por lo que se hagan, y el político
intentará presionar con los medios a su alcance -incluida la fuerza- para
obtener ciertos resultados y evitar otros. Tomemos un caso trivial: el respeto
a las indicaciones de los semáforos. Desde el punto de vista moral, lo positivo
es querer respetar la luz roja (comprendiendo su utilidad general, Poniéndose
en el lugar de otras personas que pueden resultar dañadas si yo infrinjo la
norma, etc.); pero si el asunto se considera políticamente, lo que importa es
que nadie se salte los semáforos, aunque no sea más que por miedo a la multa o
a la cárcel. Para el político, todos los que respetan la luz roja son
igualmente «buenos», lo hagan por miedo, por rutina, por superstición o por
convencimiento racional de que debe ser respetada; a la ética, en cambio, sólo
le merecen aprecio verdadero estos últimos, porque son los que entienden mejor
el uso de la libertad. En una palabra, hay diferencia entre la pregunta ética
que yo me hago a mí mismo (¿cómo quiero ser, sean como sean los demás?) y la
preocupación política porque la mayoría funcione de la manera considerada más
recomendable y armónica.
Detalle
importante: la ética no puede esperar a la política. No hagas caso de quienes
te digan que el mundo es políticamente invivible, que está peor que nunca, que
nadie puede pretender llevar una buena vida (éticamente hablando) en una
situación tan injusta, violenta y aberrante como la que vivimos. Eso mismo se
ha asegurado en todas las épocas y con razón, porque las sociedades humanas
nunca han sido nada «del otro mundo», como suele decirse, siempre han sido cosa
de este mundo y por tanto llenas de defectos, de abusos, de crímenes. Pero en
todas las épocas ha habido personas capaces de vivir bien o por lo menos empeñadas
en intentar vivir bien. Cuando podían, colaboraban en mejorar la sociedad en la
que les había tocado desenvolverse; si eso no les era posible, por lo menos no
la empeoraban, lo cual la mayoría de las veces no es poco. Lucharon -y luchan
también hoy, no te quepa duda- por que las relaciones humanas políticamente
establecidas vayan siendo eso, más humanas (o sea, menos violentas y más
justas); pero nunca han esperado a que todo a su alrededor sea perfecto y
humano para aspirar a la perfección y a la verdadera humanidad. Quieren ser los
primeros de la buena vida, los que arrastran a los demás, y no los últimos a la
zaga de todos. Quizá las circunstancias no les permitan llevar más que una vida
relativamente buena, peor de lo que ellos desean... Bueno, ¿y qué? ¿Serían más
sensatos siendo malos del todo, para dar gusto a lo peor del mundo y disgusto a
lo mejor de sí mismos? Si estás seguro de que entre los alimentos que se te
ofrecen hay muchos que están adulterados o podridos, ¿intentarás mientras
puedas comer cosas sanas, aun sabiendo que no por ello dejarán de existir
venenos en el mercado, o te envenenarás cuanto antes para seguir la corriente mayoritaria?
Ningún orden político es tan malo que en él ya nadie pueda ser ni medio bueno: por
muy adversas que sean las circunstancias, la responsabilidad final de sus
propios actos la tiene cada uno y lo demás son coartadas. Del mismo modo,
también son ganas de esconder la cabeza bajo el ala los sueños de un orden
político tan impecable (utopía, suelen llamarlo) que en él todo el mundo fuese
«automáticamente» bueno porque las circunstancias no permitiesen cometer el
mal. Por mucho mal que haya suelto, siempre habrá bien para quien quiera bien;
por mucho bien que hayamos logrado instalar públicamente, el mal siempre estará
al alcance de quien quiera mal. ¿Te acuerdas? A esto le venimos llamando
«libertad» hace ya no poco rato...
Desde
un punto de vista ético, es decir, desde la perspectiva de, lo que conviene
para la vida buena, ¿cómo será la organización política preferible, aquella que
hay que esforzarse por conseguir y defender? Si repasas un poco lo que hemos
venido diciendo hasta aquí (temo, ay, que el rollo vaya siendo demasiado largo
para que te acuerdes de todo) ciertos aspectos de ese ideal se te ocurrirán en
cuanto reflexiones con atención sobre el asunto:
a)
Como todo el proyecto ético parte de la libertad, sin la cual no hay vida buena
que valga, el sistema político deseable tendrá que respetar al máximo -o
limitar mínimamente, como prefieras las facetas públicas de la libertad humana:
la libertad de reunirse o de separarse de otros, la de expresar las opiniones y
la de inventar belleza o ciencia, la de trabajar de acuerdo con la propia
vocación o interés, la de intervenir en los asuntos públicos, la de trasladarse
o instalarse en un lugar, la libertad de elegir los propios goces de cuerpo y
de alma, etc. Abstenerse dictaduras, sobre todo las que son «por nuestro bien»
(o por «el bien común», que viene a ser lo mismo). Nuestro mayor bien
-particular o común- es ser libres. Desde luego, un régimen político que
conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la
responsabilidad social de las acciones y omisiones de cada uno (digo omisiones
porque a veces se hace también no haciendo). Por regla general, cuanto menos
responsable resulte cada cual de sus méritos o fechorías (y se diga, por
ejemplo, que son fruto de la «historia», la ««sociedad establecida», las
«reacciones químicas del organismo», la «propaganda», el demonio» o cosas así)
menos libertad se está dispuesto a concederle. En los sistemas políticos en que
los individuos nunca son del todo «responsables», tampoco suelen serlo los gobernantes,
que siempre actúan movidos por las «necesidades» históricas o los imperativos de
la «razón de Estado». ¡Cuidado con los políticos para quien todo el mundo es
«víctima» de las circunstancias... o «culpable» de ellas!
b)
Principio básico de la vida buena, como ya hemos visto, es tratar a las
personas como a personas, es decir: ser capaces de ponernos en el lugar de
nuestros semejantes y de relativizar nuestros intereses para armonizarlos con
los suyos. Si prefieres decirlo de otro modo, se trata de aprender a considerar
los intereses del otro como si fuesen tuyos y los tuyos como si fuesen de otro.
A esta virtud se le llama justicia y no puede haber régimen político decente
que no pretenda, por medio de leyes e instituciones, fomentar la justicia entre
los miembros de la sociedad. La única razón para limitar la libertad de los
individuos cuando sea indispensable hacerlo es impedir, incluso por la fuerza
si no hubiera otra manera, que traten a sus semejantes como si no lo fueran, o
sea que los traten como a juguetes, a bestias de carga, a simples herramientas,
a seres inferiores, etc. A la condición que puede exigir cada humano de ser
tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, color de piel,
ideas o gustos, etc., se le llama dignidad. Y fíjate qué curioso: aunque la
dignidad es lo que tenemos todos los humanos en común, es precisamente lo que
sirve para reconocer a cada cual como único e irrepetible. Las cosas pueden ser
«cambiadas» unas por otras, se las puede «sustituir» por otras parecidas o
mejores, en una palabra: tienen su «precio» (el dinero suele servir para
facilitar estos intercambios, midiéndolas todas por un mismo rasero). Dejemos
de lado por el momento que ciertas «cosas» estén tan vinculadas a las
condiciones de la existencia humana que resulten insustituibles y por lo tanto
«que no puedan ser compradas ni por todo el oro del mundo», como pasa con
ciertas obras de arte o ciertos aspectos de la naturaleza. Pues bien, todo ser
humano tiene dignidad y no precio, es decir, no puede ser sustituido ni se le
debe maltratar con el fin de beneficiar a otro. Cuando digo que no puede ser
sustituido, no me refiero a la función que realiza (un carpintero puede
sustituir en su trabajo a otro carpintero) sino a su personalidad propia, a lo
que verdaderamente es; cuando hablo de «maltratar» quiero decir que, ni
siquiera si se le castiga de acuerdo a la ley o se le tiene políticamente como
enemigo, deja de ser acreedor a unos miramientos y a un respeto. Hasta en la
guerra, que es el mayor fracaso del intento de «buena vida» en común de los
hombres, hay comportamientos que suponen un crimen mayor que el propio crimen organizado
que la guerra representa. Es la dignidad humana lo que nos hace a todos semejantes
justamente porque certifica que cada cual es único, no intercambiable y con los
mismos derechos al reconocimiento social que cualquier otro.
c)
La experiencia de la vida nos revela en carne propia, incluso a los más afortunados,
la realidad del sufrimiento. Tomarse al otro en serio, poniéndonos en su lugar,
consiste no sólo en reconocer su dignidad de semejante sino también en
simpatizar con sus dolores, con las desdichas que por error propio, accidente
fortuito o necesidad biológica le afligen, como antes o después pueden
afligimos a todos. Enfermedades, vejez, debilidad insuperable, abandono,
trastorno emocional o mental, pérdida de lo más querido o de lo más imprescindible,
amenazas y agresiones violentas por parte de los más fuertes o de los menos escrupulosos...
Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia
comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos
pueden ayudarse a sí mismos. Lo difícil es lograr que esta asistencia no se
haga a costa de la libertad y la dignidad de la persona. A veces el Estado, con
el pretexto de ayudar a los inválidos, termina por tratar como si fuesen
inválidos a toda la población. Las desdichas nos ponen en manos de los demás y
aumentan el poder colectivo sobre el individuo: es muy importante esforzarse
porque ese poder no se emplee más que para remediar carencias y debilidades, no
para perpetuarlas bajo anestesia en nombre de una «compasión» autoritaria.
Quien
desee la vida buena para sí mismo, de acuerdo al proyecto ético, tiene también
que desear que la comunidad política de los hombres se base en la libertad, la
justicia y la asistencia.
La
democracia moderna ha intentado a lo largo de los dos últimos siglos establecer
(primero en la teoría y poco a poco en la práctica) esas exigencias mínimas que
debe cumplir la sociedad política: son los llamados derechos humanos cuya lista
todavía es hoy, para nuestra vergüenza colectiva, un catálogo de buenos
propósitos más que de logros efectivos. Insistir en reivindicarlos al completo,
en todas partes y para todos, no unos cuantos y sólo para unos cuantos, sigue
siendo la única empresa política de la que la ética no puede desentenderse. Respecto
a que la etiqueta que vayas a llevar en la solapa mientras tanto haya de ser de
«derechas», de «izquierdas», de «centro» o de lo que sea... bueno, tú verás,
porque yo paso bastante de esa nomenclatura algo anticuada.
Lo
que sí me parece evidente es que muchos de los problemas que hoy se nos
presentan a los cinco mil millones de seres humanos que atiborramos el planeta
(y el censo sigue, ay, en aumento) no pueden ser resueltos, ni siquiera bien
planteados, más que de forma global para todo el mundo. Piensa en el hambre,
que hace morir todavía a tantísimos millones de personas, o el subdesarrollo
económico y educativo de muchos países, o la pervivencia de sistemas políticos
brutales que oprimen sin remilgos a su población y amenazan a sus vecinos, o el
derroche de dinero y ciencia en armamentos, o la simple y llana miseria de demasiada
gente incluso en naciones ricas, etc. Creo que la actual fragmentación política
del mundo (de un mundo ya unificado por la interdependencia económica y la
universalización de las comunicaciones) no hace más que perpetuar estas lacras
y entorpecer las soluciones que se proponen. Otro ejemplo: el militarismo, la
inversión frenética en armamento de recursos que podrían resolver la mayoría de
las carencias que hoy se padecen en el mundo, el cultivo de la guerra agresiva
(arte inmoral de suprimir al otro en lugar de intentar ponerse en su lugar) ...
¿Crees tú que hay otro modo de acabar con esa locura que no sea el establecimiento
de una autoridad a escala mundial con fuerza suficiente para disuadir a cualquier
grupo de la afición a jugar a batallitas? Por último, antes te decía que
algunas cosas no son sustituibles como lo son otras: esta «cosa» en que
vivimos, el planeta Tierra, con su equilibrio vegetal y animal, no parece que
tenga sustituto a mano ni que sea posible «comprarnos» otro mundo si por afán
de lucro o por estupidez destruimos éste. Pues bien, la Tierra no es un
conjunto de parches ni de parcelas: mantenerla habitable y hermosa es una tarea
que sólo puede ser asumida por los hombres en cuanto comunidad mundial, no
desde el ventajismo miope de unos contra otros.
A
lo que voy: cuanto favorece la organización de los hombres de acuerdo con su pertenencia
a la humanidad y no por su pertenencia a tribus, me parece en principio políticamente
interesante. La diversidad de formas de vida es algo esencial (¡imagínate qué aburrimiento
si faltase!) pero siempre que haya unas pautas mínimas de tolerancia entre
ellas y que ciertas cuestiones reúnan los esfuerzos de todos. Si no, lo que
conseguiremos es una diversidad de crímenes y no de culturas. Por ello te
confieso que aborrezco las doctrinas que enfrentan sin remedio a unos hombres
con otros: el racismo, que clasifica a las personas en primera, segunda o
tercera clase de acuerdo con fantasías pseudocientíficas; los nacionalismos feroces,
que consideran que el individuo no es nada y la identidad colectiva lo es todo;
las ideologías fanáticas, religiosas o civiles, incapaces de respetar el
pacífico conflicto entre opiniones, que exigen a todo el mundo creer y respetar
lo que ellas consideran la «verdad» y sólo eso, etc. Pero no quiero ahora
empezar a darte la paliza política ni contarte mis puntos de vista sobre todo
lo divino y lo humano. En este último capítulo sólo he pretendido señalarte que
hay exigencias políticas que ninguna persona que quiera vivir bien puede dejar de
tener. Del resto ya hablaremos... En otro libro.
Vete
leyendo...
«No
el Hombre, sino los hombres habitan este planeta. La pluralidad es la ley de la
Tierra»
(Hanna Arendt, La vida del espíritu).
Si
yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo
expulsaría de mi espíritu.
Si
yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria,
intentaría «olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese
perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para
el género humano, lo consideraría como un crimen, porque soy necesariamente
hombre mientras que no soy francés más que por casualidad» (Montesquieu).
«Aunque
los estados observasen los pactos entre ellos perfectamente, es lamentable que el
uso de ratificarlo todo por un juramento religioso haya entrado en las
costumbres -como si dos pueblos separados por un ligero espacio, solamente por
una colina o por un río, no estuviesen unidos por lazos sociales fundados en la
propia naturaleza- pues esta práctica hace creer a los hombres que han nacido
para ser adversarios o enemigos, y que tienen el deber de trabajar en su
perdición recíproca, a menos que se lo impidan los tratados. ( ... ). Por el contrario,
nadie debería ser tenido por enemigo, si no hubiese causado un daño real. La comunidad
de naturaleza es el mejor de los tratados y los hombres están más íntima y más fuertemente
unidos por la voluntad de hacerse recíprocamente el bien que por los pactos, más
vinculados por el corazón que por las palabras» (Tomás Moro, Utopía).
CUESTIONARIO
1. ¿Cuál es el objetivo común que, según Savater, comparten
la ética y la política, aunque aborden la cuestión desde ángulos distintos?
A. Lograr la 'buena vida'.
B. Garantizar la justicia social para todos.
C. Establecer las leyes fundamentales de la sociedad.
D. Coordinar las libertades de los ciudadanos.
2. ¿Cuál es la principal diferencia de enfoque entre la
ética y la política, según el capítulo?
A. La ética se centra en los resultados de las acciones; la
política, en las intenciones.
B. La ética se aplica a los adultos; la política, a los
jóvenes.
C. La ética se ocupa de la libertad individual; la política,
de coordinar las libertades en sociedad.
D. La ética se ocupa de las costumbres; la política, de los
caprichos.
3. Según Savater, ¿por qué los políticos suelen tener 'mala
fama' en una democracia?
A. Porque sus defectos son más visibles y ocupan cargos de
gran importancia.
B. Porque la política siempre es inmoral y carece de
principios éticos.
C. Porque son inherentemente menos éticos que el resto de la
población.
D. Porque no son elegidos directamente por los ciudadanos.
4. ¿Cuál es la actitud que, de acuerdo con el texto, no debe
tener la persona con preocupación ética respecto a la política?
A. Ser escéptico ante las promesas electorales.
B. Votar por el candidato que más se le parezca.
C. Criticar los defectos de sus representantes.
D. Desentenderse olímpicamente de ella.
5. Según Savater, ¿a qué se llama dignidad?
A. A la condición que puede exigir cada humano de ser
tratado como semejante a los demás.
B. Al privilegio de poder votar en elecciones generales.
C. Al valor que se le otorga a un individuo por sus grandes
logros morales.
D. Al respeto ganado por tener un alto cargo político.
6. El autor critica ciertas doctrinas que considera
'aborrecibles'. ¿Cuál de las siguientes es un ejemplo de estas doctrinas?
A. El absolutismo monárquico.
B. El hedonismo o la búsqueda del placer.
C. El individualismo extremo.
D. El fanatismo ideológico (ya sea religioso o civil).
7. En el contexto de la política, ¿cuál es una de las
exigencias mínimas que Savater señala para un régimen político decente?
A. Asegurar que todos los ciudadanos piensen igual.
B. Fomentar la justicia y la asistencia a quienes sufren.
C. Establecer la igualdad económica absoluta.
D. Garantizar la perfección moral de sus ciudadanos.
8. ¿Qué implicación ética tiene la afirmación de que 'la
pluralidad es la ley de la tierra'?
A. La ética solo funciona si todos los individuos tienen la
misma opinión.
B. Debemos respetar a quienes tienen ideas políticas,
creencias o gustos diferentes a los nuestros.
C. El individuo puede vivir bien sin necesidad de la
sociedad.
D. La ética debe esperar a que el orden político se
establezca antes de actuar.
9. ¿Por qué el autor subraya que 'la ética no puede esperar
a la política'?
A. Porque la política siempre es corrupta y no tiene
remedio.
B. Porque, sin importar las circunstancias, la
responsabilidad de los actos es individual y no puede aplazarse.
C. Porque las elecciones generales ocurren solo cada cuatro
años.
D. Porque el buen político siempre es primero una persona
ética.
10. En el contexto de la relación Ética-Política, ¿cuál de
los siguientes elementos es más importante para la Política que para la Ética?
A. Querer bien o tener buena voluntad.
B. Los resultados de las acciones, sin importar el motivo.
C. La libertad para decidir las propias acciones.
D. La búsqueda de un 'sano egoísmo'.
11. Realiza un resumen
del capítulo.