CAPÍTULO I
EL FUNDAMENTO ONTOLÓGICO
“Das Wunder aller Wunder ist reines Ich und reines Bewusstsein [La
maravilla de las maravillas es el puro yo y la pura conciencia]” (EDMUND
HUSSERL, Ideen III, § 12; Hus-serliana V, p. 75).
"...das Wunder
aller Wunder dass Seiendes ist... [la maravilla de las maravillas: que
el ente sea]"
(MARTIN HEIDEGGER, Nachwort zu: 'Was ist Metaphysik?', en Wegmarken, p. 103).
Podría parecer extraño que hayamos dejado para el capítulo sexto
la cuestión del método de la ética. Sin embargo, es el mismo tema del pensar,
de un pensar determinado por dicho tema, el que nos permitirá comprender la
cuestión del método en su sentido propio. Nos internaremos primeramente en la
cuestión misma acerca de la que trata el pensar ético usando ya un método sin
hablar todavía sobre él. De esta manera, en camino ya hacia lo que es la meta
de la misma senda: el ser-ético, nos será fácil discernir, volviendo
simplemente la vista al propio caminar hasta ese momento efectuado, cuál sea el
método de la ética.
§ 1. La fundamentación subjetiva de la moral moderna
El fundamento ontológico del pensamiento moderno, como lo hemos
demostrado en Para una de-strucción de la historia de la ética, III, §§ 11-15,
se encuentra en la subjetividad del sujeto que pone la objetividad del objeto.
Si hemos de detenernos, para recordar, en algún autor moderno no podemos evitar
volver a Kant. Para el filósofo de Königsberg la fundamentación del saber
(Wissen) filosófica moral debe partir de un Faktum cuya evidencia sea
indubitable, y por otra parte a priori, es decir, sin mezcla alguna de lo
empírico; lo empírico es lo que puede ser objeto de la inclinación o amor
patológico y que, en último término, se dirige hacia la felicidad.
La eudaimonía ha sido reducida a jugar el papel de supremo egoísmo
empírico o sensible. El fundamento de lo ético-racional es la ley moral como
hecho abismal (Abgrund), sin otro fundamento racional. Para Kant el hombre es
un ente que pertenece simultáneamente a dos mundos: el mundo inteligible de las
naturalezas puras y racionales (el Reino de Dios, racionalizado) y el mundo del
cuerpo, empírico, sensible. Como todo el mundo empírico ha sido descartado como
fundamento determinante de una "buena voluntad" (o voluntad moralmente
buena), el fundamento de la moralidad del objeto representado debe proceder del
mundo inteligible. La ley moral es un hecho que puede ser sabido y que
manifiesta el reino de fines que sólo puede ser creído. Por ello dicha ley es
el fundamento último y en el imperativo categórico se enuncia el principio a
priori de toda moralidad posible. Para que una acción empírica sea buena es
necesario que se cumplan las condiciones de su posibilidad. Todas las
condiciones fundamentales son respetadas de cumplirse el principio que se
enuncia en el juicio sintético a priori apodíctico de toda moral posible. Es
decir, al obrar una acción empírica es necesario que la máxima de dicha acción
haya sido asumida, en la representación a priori del objeto trascendental de lo
a obrar, por la naturaleza universal o ley moral, de tal manera que lo que
ordena la máxima puede constituirse en un acto que es posible moralmente ser obrado
por todo hombre y en todo lugar. El sujeto (la voluntad libre) representa al
objeto moral en la síntesis dialéctica por la que la máxima material y concreta
es comprendida en la universalidad formal de la ley. La ley es el fundamento en
cuanto permite al sujeto representar sintética y dialécticamente al objeto.
Pero, ontológicamente, el fundamento de la ley es el mismo sujeto ya que la usa
como punto de partida de su propio acto sintetizador (cuyo último horizonte es
la unidad de apercepción). La ley da el ser al objeto, porque es su forma (da
el ser moral); sin embargo, el que pone desde sí dicho ser es el sujeto que
representa.
Por otra parte, y esto es decisivo históricamente, el sujeto no es
ya un lógos com-prensor temático sino una razón práctica o voluntad. Es por la
voluntad, como facultad moral, que la razón especulativa ha ampliado el horizonte
aun de lo que conoce. La voluntad (se trata de una posible derivación del mito
adámico)1 es
ahora el modo privilegiado como se cumple
la subjetividad del sujeto. Las filosofías de Fichte,
Schopenhauer, para culminar en Nietzsche proponen a la voluntad como el
fundamento último de la moralidad; voluntad libre.
Una vez que el sujeto como voluntad no parte ya del horizonte del
ser, ser que es des-cubierto por una com-prensión ahora dejada de lado, la
ética se transformará en doctrina del lógos (lógica) o del arte, ya que es el
sujeto el que representa desde sí como voluntad libre los caminos dialécticos
de la historia, el que crea inventivamente su proyecto, el que constituye el
valor que debe encarnar, también artísticamente, en su conducta o que simplemente
reduce la ética a una axiología.
En efecto. Para Fichte "el sujeto de la conciencia y el
principio de la efectuación es el mismo"2, porque "yo me encuentro a
mí mismo, en tanto que mí mismo, sólo como queriendo"3.
"El yo, en cuanto quiere, se da como inteligencia a sí mismo el objeto de
su querer"4. El sujeto absoluto es el fundamento de la totalidad y se
juega al fin como creador o agente.
El pensar hegeliano, que pudiera parecer en sus obras maduras un
logicismo puramente racional, tiene una fundamentación práctica y moral. Hasta
1801 no había leído Hegel con seriedad la Crítica de la razón pura. Sus
lecturas filosóficas de fondo habían sido la Crítica de la razón práctica y La
religión dentro de los límites de la sola razón., obras del período "moralista"
de Kant. En Hegel la subjetivización absoluta del pensamiento moderno tiene
como punto de partida la cuestión moral. En Tübingen la teología era para el
joven estudiante una fría, muerta y objetiva escolástica que se opone a la
viviente religión subjetiva. En Berna la oposición se encuentra entre la
religión objetiva (representada en el concepto abstracto de Kant) que oprime la
religión subjetiva, particular, de las inclinaciones y el amor. En Frankfurt lo
universal kantiano (el Sollen) es suplantado por la vida (el Sein): vida que
unifica y asume en la subjetividad la pura objetividad muerta. El Hegel
definitivo identificará la filosofía con la Vida del Absoluto, que será el
universal concreto (superación de la oposición entre la ley moral como forma y
la máxima como materia empírica)5. La lógica de la identidad es sólo el
resultado de una voluntad moral decidida de unidad: unidad que es "la
síntesis (die Synthese) del sujeto y del objeto, en la cual el sujeto y el
objeto han perdido su posición (Entgegensetzung)"6. Por
otra parte, el fondo de todo el pensamiento hegeliano es la continuación de la
filosofía del Reino de Dios kantiana7 como se ve ya en su juventud
("die unsichtbare Kirche")8 y hasta en su vejez ("das
Reich des Geistes")9. El fundamento último de la moralidad (no
ya como Moralität, sino principalmente como Sittlichkeit) es la subjetividad
absoluta como totalidad resultante y final10. Esta subjetividad como
identidad perfecta en el Saber absoluto es el fundamento último de la ética.
Todo es uno; es decir, la subjetividad absoluta incluye en su inmediatez todo,
pero termina por ser, "cuando la filosofía se toma seriamente" y no
se pierde en los objetos o en la reflexión subjetiva, "la actividad
(Tätigkeit) del Saber absoluto"11. La ontología de Marx, su
ética, debe inscribirse, aunque con variantes, en esta misma tradición12.
Por su parte el idealismo de Schelling13 incluirá en su
Ichheit (subjetividad también absoluta) la totalidad del no-yo. El mismo
Schopenhauer, en su obra Sobre el fundamento de la moral, cuando explica cuál
es el primer principio o base de toda moral recurre a una ontología monista, ya
que si debe considerarse a la compasión (Mitleid)14 como fundamento ético
de una moral desinteresada y pura, en verdad el último fundamento se encuentra
en que "un solo y mismo ser es el que se manifiesta en todo lo que vive.
Así, no nos equivocamos cuando suprimimos toda barrera entre el yo y el
no-yo"15.
Pero esa única Wesen es igualmente y en último término una subjetividad que se
manifiesta como única, absoluta.
Un paso más y encontramos a Nietzsche, donde la subjetividad de la metafísica moderna toma ahora su figura extrema de "voluntad de poder"16; voluntad que expresa el dominio del sujeto al aniquilar los valores establecidos y sobre-pasar-los gracias a una "puesta de valores" (Wertsetzung) artístico- productora. El fundamento de los valores morales y de toda moral reside nuevamente en la subjetividad.
Por su parte la escuela fenomenológica, axiológica en ética, queriendo evitar los psicologismos del siglo XIX no dejará por
ello de dar primacía a la subjetividad. En Husserl la subjetividad
pura es el fundamento de la intencionalidad. La intención en cuanto
"conciencia-de" constituye el correlato de tesis-noema. La intención
estimativa no constituye el objeto, pero en cambio da el ser al sentido del
objeto, al como el objeto es accedido por el sujeto intencional. El valor, el
ámbito ontológico de los valores, tiene su último fundamento en la subjetividad
intencional o trascendental pura. La ética, tanto como axiología que como
praxis pura (es decir, actividad realizadora de lo dado en el ámbito
axiológico), es doctrina de arte para Husserl17. Max Scheler18, von
Hildebrand y Nicolai Hartmann, con variantes, se mueven en un mismo ámbito
ético. El fundamento de la moral fenomenológica de tipo husserliano es la
subjetividad del sujeto. Refiriéndose a las Ideen I aparecidas en el segundo
decenio de nuestro siglo, Heidegger, como indicación autobiográfica, nos dice
que "ambos títulos subjetividad y trascendental manifiestan que la
fenomenología se había convertido consciente y decididamente a la tradición de
la filosofía moderna"19.
No queremos dejar de indicar tampoco la existencia de un
importante movimiento, en especial en el mundo anglosajón que podría denominarse
el "logicismo ético". A partir de la lógica y de la filosofía del
lenguaje se analizan los temas de la ética a fin de desenmascarar falacias de
diversos tipos. En el siglo XX esta tradición tiene su primer representante en
la figura de G. E. Moore con su Principia Ethica (1903). Moore muestra la
frecuencia y el sentido de la “falacia naturalista”, que consistiría en haber
confundido "lo bueno" con "lo placentero", el género con la
especie20.
Moore supone la existencia y doctrina de los valores, pero de ellos no tiene un
saber explícito. Gracias al aporte de Ludwig Wittgenstein21 y de
Ayer22 la
ética del lenguaje llegó a sus más extremos resultados positivistas. Aun sin
alcanzar a adoptar dicha posición, toda la teoría ética-lógica del lenguaje
(como en el caso del autor latinoamericano Roberto Hartman)23, se
funda en el a priori de la existencia de los valores, que son
"manejados" como entidades ideales y a los que se le
"someten" a verdaderos malabarismos logísticos propios del juego, pero
no de una ética en la que el hombre se encuentra real y dramáticamente
comprometido.
Como la fundamentación final del valor se define dentro de la
subjetividad, este hecho nos permite no entrar en una crítica de detalles.
Todas las falacias que indica esta tradición de las otras éticas supone el
hecho del valor. Pero dicho valor nunca es expresamente fundado. En este caso
ni von Rintelen24, ni tampoco Ortega25 han dicho, ontológicamente, lo
que
es el valor. Con ello todo el edificio logístico queda en el aire.
En el pensamiento francés, la figura de Sartre, por último, es de
extremo interés para la ética. Teniendo en cuenta sus obras ontológicas
principales (en especial L'être et le néant) llega a decir en L'existentialisme
est un humanisme que "en el punto de partida no puede haber otra verdad
que ésta: pienso, luego soy"26, de donde se deduce que
"lo que hay de común entre el arte y la moral es que, con los dos casos,
tenemos creación e invención. No podemos decir a priori lo quenhay que hacer...
[Es necesario] inventar su misma ley"27.
Nuevamente, el fundamento último de la moral es el sujeto; el sujeto libre que
siendo un para-sí abre una brecha en el compacto ente en-sí, como una nada,
como lo absurdo, como lo incondicionado y
creador. No es Nietzsche el último paso de la metafísica moderna;
el último paso lo da Sartre al pensar que la existencia
construye la esencia del hombre. La subjetividad daría al hombre
su propia esencia. Todo reside en ella y todo surge y es
puesto desde ella: desde el sujeto.
Pero... el ser sujeto ante un objeto no es el modo más radical de
ser del ser del hombre. El hombre antes que sujeto es ya un hombre abierto al
mundo, en el mundo. Antes que sujeto el hombre es un ente mundano que puede,
como uno de sus modos de ser, tomar la actitud de sujeto ante un objeto. Pero
este modo de ser no es originario sino fundado, segundo.