TALLER 2
CAPITULO PRIMERO
DE QUÉ VA LA ÉTICA
Ética para Amador,
Hay ciencias que se estudian
por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que
permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y
ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar
tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos
muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para
vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de
ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia
no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces
las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor
importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga
americana y todos tan contentos.
Lo que quiero decir es que
ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de
saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que
ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol,
incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive.
Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse,
nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el
balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de
clavos (¡con perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo.
Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino
le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables.
Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos
que no dejan vivir.
En una palabra, entre todos
los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas
cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos
convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está,
a que no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es
reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también procurar
rodearse del mayor número de enemigos posibles. Pero de momento vamos a suponer
que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los
dejaremos por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que
nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio,
nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos
conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que
todos intentamos adquirir -todos sin excepción- por la cuenta que nos trae.
Como he señalado antes, hay
cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que debemos comer, o
que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la
sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan
sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen
sensaciones agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos
aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos
convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan
con aún mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye
la confianza en la palabra -y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad-
y enemista a las personas; pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso
mentir para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor a
alguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la
verdad sobre su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus
últimas horas? La mentira no nos conviene, es mala, pero a veces parece
resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos dicho que es por lo común
inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen delante de nosotros a una
chica sin intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al.
que siempre dice la verdad -caiga quien caiga- suele cogerle manía todo el
mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica agredida
-es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su
casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en
ocasiones apariencias de malo. Vaya jaleo.
Lo de saber vivir no resulta
tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer.
En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi
siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones
distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede
dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una
vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el videoclub de la
esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan
que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones
lo que cuenta es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el
dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale
nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un
medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que
con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga.
Etc.
En lo único que a primera
vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. Pero
fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber,
que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que
quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal,
irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido.
Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia
abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de
celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de
panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio
natural cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo
para él si discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la
naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su
trampa y se la come. Pero es que 1a araña no lo puede remediar...
Voy a contarte un caso
dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África
levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la
piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza
quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón
colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a
veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de un
elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros,
qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para
reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas
se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e
intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden
competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo
posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van
despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar
otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera a las pobres y
heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las
demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son
valientes?
Cambio de escenario, pero no
de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero
de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles,
el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él
y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en
defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda
de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y
valiente del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces
repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de
cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece
su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la
diferencia entre un caso y otro?
Sencillamente, la diferencia
estriba en que las termitas-soldado luchan y mueren porque tienen que hacerlo,
sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en cambio,
sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden
desertar, ni rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están
programadas necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El
caso de Héctor es distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la
gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le
llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le preguntasen qué otro
plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable que tiene la
posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan
sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está
programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su
gesto y que Homero cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las
termitas, decimos que Héctor es libre y por eso admiramos su valor.
Y así llegamos a la palabra
fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no digamos ya los
minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo
que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo
hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición
obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida,
desde luego, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Estamos
hechos para beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras precauciones
debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso pero parecido, nuestro
programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por
el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde fuera y que no
hemos inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas
tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas ... ; en una palabra,
que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras. Todo ello pesa
mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese del que
acabamos de hablar. Su programación natural hacia que Héctor sintiese necesidad
de protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en
su ciudad de Troya. También era muy natural que considerara con afecto a su
mujer Andrómaca -que le proporcionaba compañía placentera- y a su hijito, por
el que sentía lazos de apego biológico-Culturalmente, se sentía parte de Troya
Y compartía con los troyanos la lengua, las costumbres y las tradiciones.
Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un buen guerrero al
servicio de su ciudad y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible,
indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, Héctor sabía que se vería
despreciado y que le castigarían de uno u otro modo. De modo que también estaba
bastante programado para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo...
Sin embargo, Héctor hubiese
podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado de mujer para
escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no
combatir, o haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como
guía para invadir Troya por su lado más débil; también podría haberse dedicado
a la bebida o haber inventado una nueva religión que dijese que no hay que
luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Me
dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien
era Héctor y la educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no
son hipótesis imposibles, mientras que un castor que fabrique panales o una
termita desertora no son algo raro sino estrictamente imposible. Con los
hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que con los animales o
con otros seres naturales sí por mucha programación biológica o cultural que
tengamos, los hombres siempre podernos optar finalmente por algo que no esté en
el programa (al menos, que no esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero
o no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca
tenemos un solo camino a seguir sino varios.
Cuando te hablo de libertad es
a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las termitas y de las
mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto que no
podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no estamos
obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos
aclaraciones respecto a la libertad:
Primera: No somos libres de
elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país,
padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los
aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para
responder a lo que nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser
prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a la moda o
disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o huir, etc.).
Segunda: Ser libres para
intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo
mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la
omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese
imposible). Por ello, cuanta más capacidad de accción tengamos, mejores
resultados podremos obtener de nuestra libertad. Soy libre de querer subir al
monte Everest, pero dado mi lamentable estado físico y mi nula preparación en
alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi objetivo. En cambio soy
libre de leer o no leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la cosa no me
resulta demasiado difícil si decido hacerlo. Hay cosas que dependen de mi
voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces
sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras
muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo
ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo
necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre... aunque me
escueza.
En la realidad existen muchas
fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta
tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra
fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha
más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán:
«¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿cómo vamos a ser libres, si nos
comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos
manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si
además me falta dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En
cuanto te fijes un poco, verás que los que así hablan parece que se están
quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son
libres. En el fondo piensan: «¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima!
Como no somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra
... »Pero yo estoy seguro de que nadie -nadie- cree de veras que no es libre,
nadie acepta sin más que funciona como un mecanismo inexorable de relojería o
como una termita. Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas
en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en llamas para
salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es
mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo
más fácil, es decir, esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno
el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras
querido ...»
Cuando cualquiera se empeñe en
negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del
filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que
le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más
remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle
estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le
decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando:
«¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo?
Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático. » Hasta que
el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el
filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla
más que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales...
En resumen: a diferencia de
otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte
nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir,
conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y
como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los
castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece
prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber
vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres,
es a lo que llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en
las siguientes páginas de este libro.
vete leyendo...
«¿Y si ahora, dejando en el
suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y apoyado la pica contra el muro,
saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera que permitía a los
Atridas llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a llión en las
cóncavas naves, que esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera repartir
a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene y más tarde tomara juramento
a los troyanos de que, sin ocultar nada, formasen dos lotes con cuantos bienes
existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace
pensar el corazón?» (Homero, Ilíada).
«La libertad no es una
filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos
lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su
brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo
contradictorio de la naturaleza humana» (Octavio Paz, La otra voz).
«La vida del hombre no puede
"ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo -cada
uno- quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado,
que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich
Fromm, Ética y psicoanálisis).
CUESTIONARIO
1. Realice un resumen del capítulo.
2. Según la lectura que es lo bueno y lo malo, de dos ejemplos
de cada uno.
3. Que dice el texto sobre la mentira, diga tu opinión.
4. De las historias de las termitas y de Héctor cuál es tu
conclusión, explíquela.
5. Que nos dice el texto a cerca de la libertad, de su
opinión.
6. Realice en una historieta de mínimo 10 cuadros la historia de
las termitas y de Héctor.