TALLER 1
I.
SISTEMAS POLÍTICOS DEMOCRÁTICOS.
1. Sistemas parlamentarios y sistemas
presidencialistas.
a) Sistemas democráticos parlamentaristas.
Los Estados democráticos desarrollan un
sistema de democracia parlamentaria en la que el papel predominante de la vida
política lo desempeña la Asamblea de diputados o Parlamento, elegida por
sufragio universal.
Esta asamblea ejerce el
poder legislativo y elige al presidente del Gobierno, que tiene el poder
ejecutivo y es responsable ante ella, de tal manera que, cuando pierde el apoyo
mayoritario, el gobierno se ve obligado a dimitir.
El jefe del Estado puede ser
un soberano hereditario (rey) o un presidente electo, pero en ambos casos sólo
asume la representación oficial del Estado. Sus poderes vienen fijados por la
Constitución, que varía según los diferentes Estados. En general, el jefe del
Estado es el encargado de nombrar como presidente del Gobierno al líder del
partido que ha obtenido la mayoría de los votos en las elecciones a la Asamblea
de diputados. La preponderancia del parlamento otorga a los partidos políticos
un papel de primer orden en la vida política del país. Ellos elaboran las
candidaturas a las elecciones y organizan los grupos parlamentarios entre los
diputados electos de cada partido.
b)
Sistemas democráticos presidencialistas.
Estados Unidos, y Francia en
menor medida, presenta un tipo de democracia también parlamentaria, pero presidencialista.
En la democracia americana, el poder ejecutivo está en manos de un presidente
elegido directamente por sufragio universal y que es a la vez jefe del Estado y
presidente del Gobierno. Asume grandes poderes y nombra una administración
formada por secretarios (ministros) que sólo son responsables ante él y que
sólo él puede destituir. El poder legislativo está en manos de un Congreso con
dos cámaras: la de Representantes, que cuenta con un número de delegados de cada
Estado escogidos proporcionalmente entre la población, y el Senado, que cuenta
con dos senadores por Estado.
Los dos poderes, ejecutivo y
legislativo, se necesitan mutuamente para poder gobernar y, en la práctica
cotidiana, el Congreso controla la política del presidente mediante la votación
anual del presupuesto. El Presidente puede vetar una ley propuesta por el Congreso,
pero no tiene la facultad de disolverlo. El Congreso no puede destituir al Presidente
y sólo en casos de extrema gravedad puede aplicar el procedimiento de impeachment
y destituirlo.
2.
Sistemas bipartidistas y sistemas multipartidistas.
La mayoría de los sistemas democráticos
europeos (Francia, España e Italia) se basan en el multipartidismo. En el espectro
de partidos democráticos predominantes, podemos distinguir tres grandes
familias ideológicas: los conservadores, defensores de los derechos individuales
y partidarios de mantener el orden social y de reducir la intervención del Estado;
los democratacristianos, confesionales de carácter conservador, pero con mayor
sensibilidad por los temas de justicia social; y los socialistas, que otorgan al
Estado un papel importante como redistribuidor de la riqueza a partir de la política
fiscal. Este abanico puede ampliarse con los partidos comunistas,
nacionalistas, ecologistas, etc., que suelen configurar importantes minorías
parlamentarias. Cuando ningún partido consigue la mayoría suficiente para
garantizar la elección del presidente del Gobierno, suelen realizarse alianzas,
y los partidos bisagra se convierten en un elemento vital para el mantenimiento
de la estabilidad del gobierno, que suele ser de coalición.
La democracia americana,
como en el caso británico, se configura en la práctica como un sistema
bipartidista. En Gran Bretaña, los dos partidos son el Partido Conservador y el
Partido Laborista, mientras que en Estados Unidos son el Partido Republicano y
el Partido Demócrata. En el sistema americano, los republicanos tienen un
carácter más conservador y tienen el apoyo del mundo de los grandes negocios,
mientras los demócratas presentan un programa de carácter más social, suelen
contar con el apoyo de los sindicatos y las minorías étnicas y recogen buena
parte del voto de las clases medias. A diferencia de sus homólogos británicos,
los diputados americanos no están obligados a seguir ninguna disciplina de voto
en el Congreso, y el presidente a menudo debe buscar el apoyo de diputados de
ambos partidos. Esta relativa independencia explica el importante papel que los
lobbies, grupos de presión, desarrollan en la democracia americana.
3.
Estados unitarios y Estados federales.
a)
Los estados unitarios centralizados.
Los Estados unitarios, es
decir, aquellos que tienen una organización uniforme para todo el territorio y
toman las decisiones desde un único centro político, tienen una larga tradición
en Europa. Algunos son muy centralistas, como es el caso de Francia, donde los Departamentos
y los Municipios tienen pocas atribuciones y se gobierna todo el Estado desde París.
Otros, en las últimas décadas, han optado por una organización descentralizada
en la que se reconoce la autonomía de algunas nacionalidades o regiones y se
les reconoce una cierta capacidad de autogobierno, a la vez que las grandes
ciudades han conseguido importantes competencias políticas. Es el caso de
Bélgica, de Gran Bretaña y también de la España de las Autonomías, creada por
la Constitución de 1978, que dota a las regiones una amplia capacidad
legislativa.
b)
Los estados federales o descentralizados.
El modelo de Estado federal
parte del reconocimiento de la personalidad de los diversos Estados que lo
integran, y cada uno de ellos goza del derecho a legislar y a tener sus propias
instituciones políticas. El poder y las responsabilidades políticas quedan,
pues, repartidos entre los diversos Estados y el poder federal.
Este último suele ocuparse
de los asuntos referentes a política internacional, economía, defensa y
seguridad.
Es el caso de Estados
Unidos, donde los 50 estados que integran la Unión tienen muchas atribuciones;
y en Europa tenemos el ejemplo de Alemania, configurada por diversos Lander,
aunque con menores poderes. Suiza presenta una estructura confederal, con un
poder central muy débil que se reduce a la coordinación de los diversos cantones,
que son casi soberanos.
4.
Los diferentes sistemas de escrutinio electoral.
Los sistemas de escrutinio
electoral vienen determinados por las respectivas leyes electorales. El modelo
de distrito unipersonal, que se utiliza, por ejemplo, en Gran Bretaña y EE UU, es
el más simple. El escaño de diputado en cada circunscripción lo obtiene el candidato
que ha obtenido la mayoría relativa de votos en aquel distrito. Este sistema
favorece, sin duda, el bipartidismo, ya que son los dos grandes partidos
mayoritarios los que consiguen obtener las mayorías relativas.
El escrutinio proporcional
es el más extendido y permite que los partidos minoritarios tengan presencia en
el Parlamento. Los electores escogen entre las diversas candidaturas y cada una
obtiene un número de escaños proporcionales al número de votos obtenido. Pero,
para poder garantizar la obtención de mayorías parlamentarias, muchas leyes electorales
han introducido modificaciones que benefician numéricamente a los partidos mayoritarios.
Los sistemas políticos republicanos
en que para la elección del presidente de la República se presentan modelos de
electorales variados. En Francia, los ciudadanos votan directamente a los
diversos candidatos. En Estados Unidos, los electores de cada Estado eligen a
sus compromisarios, que son los encargados de la elección del presidente
(sufragio indirecto). Además, existe la tradición de que cada partido celebre
unas elecciones primarias para designar al candidato presidencial. Finalmente,
en otros Estados, como Alemania e Italia, el presidente de la República no es
votado directamente por los electores, sino por el conjunto de diputados y
senadores.
5.
Los problemas de la democracia.
Existe en nuestros días un
consenso generalizado sobre la idea de que el democrático es el sistema
político más justo y positivo entre los existentes. Sin embargo, no por ello debemos
olvidar los problemas que arrastra la democracia y que debe afrontar y superar
si quiere convertir en realidad el principio de la libertad y la igualdad de
oportunidades para todos los ciudadanos.
Un primer grupo de problemas
se relaciona con el papel de los ciudadanos en la democracia, progresivamente
identificado o reducido a la simple práctica electoral. Además, cabe destacar
el aumento del abstencionismo electoral, ya que se constata que el número de personas
que participa en las elecciones tiende a disminuir (en Estados Unidos, por
ejemplo, normalmente vota menos de la mitad del electorado). Este fenómeno va
unido a un cierto desprestigio de los partidos políticos, a los que se acusa de
estar controlados por una minoría que impone sus criterios, de falta de debate
interno y de excesivos casos de corrupción económica. La rígida disciplina de
voto de la mayoría de los partidos ha hecho decaer la vida parlamentaria y los
debates han perdido parte de su función y de su interés, ya que el voto puede
preverse anticipadamente y al margen de las discusiones parlamentarias.
Por otro lado, el elevado
coste de las campañas electorales aleja de la pugna política a los partidos que
no tienen medios económicos para financiarlas y deja a los más fuertes en manos
de quienes les han concedido apoyo económico. La necesidad de fondos que los
militantes no pueden aportar ha contribuido a utilizar métodos de financiación irregular,
y bastantes veces ha desembocado en casos de corrupción, con la consiguiente
merma de confianza del electorado en la transparencia de las finanzas de los
partidos políticos.
También ha perjudicado la
salud de la democracia el protagonismo de los medios de comunicación, ya que
son los que canalizan y construyen buena parte de la opinión pública. La guerra
de estos medios por la audiencia ha convertido la legítima oposición política
en un "espectáculo" de la política, que otorga un gran poder
mediático a las grandes cadenas televisivas o radiofónicas y a la prensa. Un segundo
orden de problemas tiene un cariz más económico y social. Algunos analistas consideran
que existe una contradicción de fondo entre los principios igualitarios de la democracia
y la lógica del sistema capitalista. Denuncian la oposición entre las
ambiciones económicas del mundo empresarial, con beneficios astronómicos, y las
expectativas democráticas de los ciudadanos, que exigen no solo libertades
políticas, sino también la consolidación del Estado del Bienestar, garantizado
por la redistribución de la riqueza a partir de un sistema fiscal progresivo.
Finalmente, un tercer grupo
de problemas se fundamenta en la constatación de que los derechos democráticos
no benefician de la misma manera a todo el conjunto de la población. Cada vez
son más numerosas las voces que reclaman la regulación de unos derechos
específicos para determinados colectivos, como las minorías nacionales en el interior
de los Estados, las poblaciones indígenas dentro de las naciones antiguamente colonizadas
o los inmigrantes procedentes del Tercer Mundo. Los movimientos a favor de la multiculturalidad
y de la igualdad de derechos entre los habitantes de un mismo Estado denuncian
la falta de neutralidad cultural de las democracias, que en nombre de los
valores de la mayoría (religión, lengua, cultura, etc.) margina en la práctica
a todos aquellos que no los comparten.
II.
LOS REGÍMENES POLÍTICOS AUTORITARIOS.
1.
Los regímenes autoritarios.
Actualmente, más de la mitad
de los habitantes del Tercer Mundo vive en sistemas no democráticos donde la
violencia, la fuerza y la corrupción se imponen como reglas de convivencia y la
violación de los derechos humanos pasa a convertirse en un hecho cotidiano. La
separación de poderes en estos sistemas no existe, la independencia del poder
judicial es una ficción y, a menudo, las instituciones otorgan poderes
excepcionales a una persona que domina la vida política. Son regímenes
dictatoriales sometidos a una constante inestabilidad política provocada por
actos de violencia y golpes de Estado, y donde el Ejército tiene un importante
protagonismo en la vida política.
A pesar de una serie de
características comunes, pueden establecerse diferencias entre los regímenes
políticos no democráticos.
a)
Los regímenes democráticos degradados.
A pesar de respetar las
reglas básicas de la democracia (marco constitucional, partidos,
elecciones...), la Constitución otorga excesivos poderes al ejecutivo, y son
muy amplias las prerrogativas del Presidente y del Gobierno en detrimento de
las del Parlamento.
Así, el juego democrático se
convierte en una ficción mantenida por unas elecciones falseadas en las que se
ofrecen a la oposición muy pocas posibilidades de ganar. Además, las libertades
y los derechos públicos no siempre pueden ser ejercidos (derecho de expresión,
de opinión, de reunión, de manifestación, de prensa, etc.) y la oposición
política es combatida con métodos no democráticos. Esta situación corresponde a
algunos países latinoamericanos, asiáticos y del antiguo bloque del Este.
b)
Los regímenes de partido único.
Otra alternativa que se da
es la existencia de sistemas políticos basados en un partido único que ejerce
el poder de manera dictatorial como ocurre en un buen número de países de
Oriente Medio y de África.
El partido único se confunde
aquí con el aparato del Estado, al frente del cual se sitúa un presidente que
es a la vez líder del partido, jefe religioso o dirigente del grupo oligárquico
establecido en el poder. En este contexto, la violencia es el medio más
frecuente de relación entre el gobierno y sus opositores. Los movimientos armados
se convierten en la única salida de una oposición que no dispone de recursos democráticos
para expresarse ni de garantías democráticas para alcanzar el poder. En contraposición,
el Estado legitima la violencia institucional como único medio para mantener orden
social.
2.
La violación de los derechos humanos.
En todos los Estados del
mundo se cometen atentados, más o menos flagrantes, contra los derechos
humanos, pero es en los sistemas no democráticos donde estas violaciones constituyen
una práctica habitual. El Informe de Amnistía Internacional del año 2001 documentaba
torturas y malos tratos en 125 países del mundo.
La detención arbitraria y
sin juicio es un hecho frecuente en las dictaduras, donde un buen número de
personas son confinadas en prisiones, a menudo en unas condiciones materiales
deplorables, sólo por decisión de la administración, de la policía o del
ejército, sin intervención del poder judicial. Estas detenciones arbitrarias
van acompañadas de malos tratos e incluso torturas, y, en muchos casos, no se
respeta el derecho del detenido a una defensa justa. También son frecuentes, en
las dictaduras o en los países en guerra, las ejecuciones sumarias, es decir,
sin juicio previo y que pueden llegar a afectar a miles de personas, que son
asesinadas por su origen étnico, su religión o ideología política. Los asesinatos
en masa de elevados contingentes de población civil, en la que son numerosas
las mujeres y los niños indefensos, han proliferado en numerosas guerras, y en
casos como los de Bosnia o Ruanda se puede incluso hablar de genocidio.
Pero la violación de
derechos humanos también está presente en algunas esferas de los países más
desarrollados y democráticos. Un caso particular es el ámbito doméstico, donde
se ejercen también malos tratos contra mujeres y niños. Por otro lado, la pena
de muerte continúa vigente en la legislación de muchos países, algunos de ellos
con regímenes democráticos.