HISTORIA DEL PUEBLO JUDIO, TALLER 7

HISTORIA DEL PUEBLO JUDIO

TALLER 7

VEA EL VIDEO

https://www.youtube.com/watch?v=TNTf1wtPaCs

CUESTIONARIO

1. ¿Cuál es la principal diferencia que señala el video entre el henoteísmo y el monoteísmo practicado por los hebreos?

A. El henoteísmo era exclusivo de los abiru, y el monoteísmo de los israelitas.

B. El henoteísmo creía que el dios de los hebreos era el más poderoso, pero el monoteísmo sostenía que era el único dios.

C. El henoteísmo creía en un solo dios, mientras que el monoteísmo reconocía la existencia de otros dioses.

D. El henoteísmo era una religión pagana, mientras que el monoteísmo fue una evolución posterior.

2. Según el video, ¿qué evento histórico permitió a los judíos regresar a sus tierras después del exilio en Babilonia?

A. Un tratado de paz entre los judíos y los babilonios.

B. La conquista de Babilonia por el Imperio Persa.

C. La conquista de Babilonia por parte de Alejandro Magno.

D. La caída del Imperio Asirio.

3. En el año 587 a.C., ¿qué rey babilónico conquistó el reino de Judá y forzó el exilio de sus élites?

A. Ciro.

B. Alejandro Magno.

C. Nabucodonosor.

D. Asurbanipal.

4. ¿Quién fue el rey nombrado por Roma que los judíos más ortodoxos veían como un convertido que no se ajustaba a las tradiciones?

A. Juan Hircano.

B. Salomón.

C. Pompeyo.

D. Herodes el Grande.

5. Según el video, ¿quién fue el líder que consiguió agrupar a todas las tribus hebreas bajo un único mando y establecer la capital en Jerusalén?

A. Samuel.

B. David.

C. Salomón.

D. Moisés

6. ¿Qué evento se narra en el video como el que forzó la dispersión de los israelitas por el Imperio Asirio?

A. La destrucción del Segundo Templo.

B. La conquista del reino de Israel en el 722 a.C.

C. El éxodo de Egipto.

D. El exilio de Babilonia en el 587 a.C.

7. Según el video, el origen del pueblo hebreo se establece en el salto del tercer al segundo milenio a.C. como parte de los pueblos...

A. Egipcios.

B. Asirios.

C. Semitass.

D. Indoeuropeos.

8. ¿Qué general romano aprovechó la guerra civil entre los asmoneos para ocupar la zona de Palestina?

A. Herodes.

B. Julio César.

C. Pompeyo.

D. Augusto.

9. Según el video, ¿quiénes eran los abiru y qué papel pudieron haber jugado en el origen del pueblo hebreo?

A. Eran un grupo de tribus seminómadas que podrían haber entrado en Egipto y luego se mezclaron con los israelitas.

B. Eran los antepasados de los samaritanos, que nunca se mezclaron con otros pueblos.

C. Eran un grupo de pastores sedentarios que fundaron las primeras ciudades-estado hebreas.

D. Eran un grupo de mercenarios que ayudaron a los faraones a construir las pirámides.

10. El video menciona que, a la muerte del rey Salomón, el reino de los hebreos se dividió. ¿Cómo se llamaron los dos reinos resultantes?

A. Judá e Israel.

B. Judá y Canaán.

C. Samaria y Jerusalén.

D. Israel y Judea.

 


CAPÍTULO VIII TANTO GUSTO, TALLER 9

 Taller 9

CAPÍTULO VIII

TANTO GUSTO

Imagínate que alguien te informa de que tu amigo Fulanito o tu amiga Zutanita han sido detenidos por «conducta inmoral» en la vía pública. Puedes estar seguro de que su «inmoralidad» no ha consistido en saltarse un semáforo en rojo, o en haber dicho a alguien una mentira muy gorda en plena calle, ni tampoco es que hayan sustraído una cartera aprovechando las apreturas urbanas. Lo más probable es que el salido de Fulanito se dedicase a palmear con rudo aprecio el trasero de las mejores jamonas que se fueran cruzando en su camino o que la descocada de Zutanita, tras unas cuantas copas, se haya empeñado en mostrar a los viandantes que su anatomía nada tiene que envidiar a la de Sabrina o Marta Sánchez. Y si alguna persona de las llamadas «respetables» (¡como si el resto de las personas no lo fuesen!) te anuncia en tono severo que tal o cual película es «inmoral», ya sabes que no se refiere a que aparezcan varios asesinatos en la pantalla o a que los personajes ganen dinero por medios poco limpios sino a... bueno, tú ya sabes a lo que se refieren.

Cuando la gente habla de «moral» y sobre todo de «inmoralidad», el ochenta por cien. To de las veces -y seguro que me quedo corto- el sermón trata de algo referente al sexo. Tanto que algunos creen que la moral se dedica ante todo a juzgar lo que la gente hace con sus genitales. El disparate no puede ser mayor y supongo que por poca atención que le hayas dedicado a lo que te vengo diciendo hasta ahora ya no se te ocurrirá compartirlo. En el sexo, de por sí, no hay nada más «inmoral» que en la comida o en los paseos por el campo; claro que alguien puede comportarse inmoralmente en el sexo (utilizándolo para hacer daño a otra persona, por ejemplo), lo mismo que hay quien se come el bocadillo del vecino o aprovecha sus paseos para planear atentados terroristas. Y por supuesto, como la relación sexual puede llegar a establecer vínculos muy poderosos y complicaciones afectivas muy delicadas entre la gente, es lógico que se consideren especialmente los miramientos debidos a los semejantes en tales casos. Pero, por lo demás, te digo rotundamente que en lo que hace disfrutar a dos y no daña a ninguno no hay nada de malo. El que de veras está malo es quien cree que hay algo de malo en disfrutar... No sólo es que «tenernos» un cuerpo, corno suele decirse (casi con resignación), sino que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y bienestar no hay vida buena que valga. El que se avergüenza de las capacidades gozosas de su cuerpo es tan bobo como el que se avergüenza de haberse aprendido la tabla de multiplicar.

Desde luego, una de las funciones indudablemente importantes del sexo es la procreación. ¡Qué te voy a contar a ti, que eres hijo mío! ¡Y es una consecuencia que no puede ser tomada!  a la ligera, pues impone obligaciones ciertamente éticas: repasa, si no te acuerdas, lo que te he contado antes sobre la responsabilidad como reverso inevitable de la libertad. Pero la experiencia sexual no puede limitarse simplemente a la función procreadora. En los seres humanos, los dispositivos naturales para asegurar la perpetuación de la especie tienen siempre otras dimensiones que la biología no parece haber previsto. Se les añaden símbolos y refinamientos, invenciones preciosas de esa libertad sin la que los hombres no seríamos hombres. Es paradójico que sean los que ven algo de «malo» o al menos de «turbio » en el sexo quienes dicen que dedicarse con demasiado entusiasmo a él animaliza al hombre.

La verdad es que son precisamente los animales quienes sólo emplean el sexo para procrear, lo mismo que sólo utilizan la comida para alimentarse o el ejercicio físico para conservar la salud; los humanos, en cambio, hemos inventado el erotismo, la gastronomía y el atletismo. El sexo es un mecanismo de reproducción para los hombres, como también para los ciervos y los besugos; pero en los hombres produce otros muchos efectos, por ejemplo, la poesía lírica y la institución matrimonial, que ni los ciervos ni los besugos conocen (no sé si por desgracia o por suerte para ellos). Cuanto más se separa el sexo de la simple procreación, menos animal y más humano resulta. Claro que de ello se derivan consecuencias buenas y malas, como siempre que la libertad está en juego... Pero de ese problema te vengo hablando casi desde la primera página de este rollo.

Lo que se agazapa en toda esa obsesión sobre la «inmoralidad» sexual no es ni más ni menos que uno de los más viejos temores sociales del hombre: el miedo al placer. Y como el placer sexual destaca entre los más intensos y vivos que pueden sentirse, por eso se ve rodeado de tan enfáticos recelos y cautelas. ¿Por qué asusta el placer? Supongo que será porque nos gusta demasiado. A lo largo de los siglos, las sociedades siempre han intentado evitar que sus miembros se aficionasen a darle marcha al cuerpo a todas horas, olvidando el trabajo, la previsión del futuro y la defensa del grupo: la verdad es que uno nunca se siente tan contento y de acuerdo con la vida como cuando goza, pero si se olvida de todo lo demás puede no durar mucho vivo. La existencia humana ha sido en toda época y momento un juego peligroso y eso vale para las primeras tribus que se agruparon junto al fuego hace millares de años y para quienes hoy tenemos que cruzar la calle cuando vamos a comprar el periódico. El placer nos distrae a veces más de la cuenta, cosa que puede resultarnos fatal. Por eso los placeres se han visto siempre acosados por tabúes y restricciones, cuidadosamente racionados, permitidos sólo en ciertas fechas, etc.: se trata de precauciones sociales (que a veces perduran aun cuando ya no hacen falta) para que nadie se distraiga demasiado del peligro de vivir.

Por otro lado, están quienes sólo disfrutan no dejando disfrutar. Tienen tanto miedo a que el placer les resulte irresistible, se angustian tanto pensando lo que les puede pasar si un día le dan de verdad gusto al cuerpo, que se convierten en calumniadores profesionales del placer. Que si el sexo esto, que si la comida y la bebida lo otro, que si el juego lo de más allá, que si basta de risas Y fiestas con lo triste que es el mundo, etc.

Tú, ni caso. Todo puede llegar a sentar mal o servir para hacer el mal, pero nada es malo sólo por el hecho de que te dé gusto hacerlo. A los calumniadores profesionales del placer se les llama «puritanos». ¿Sabes quién es puritano? El que asegura que la señal de que algo es bueno consiste en que no nos gusta hacerlo. El que sostiene que siempre tiene más mérito sufrir que gozar (cuando en realidad puede ser más meritorio gozar bien que sufrir mal). Y lo peor de todo: el puritano cree que cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo pasa mal es porque está viviendo bien. Por supuesto, los puritanos se consideran la gente más «moral» del mundo y además guardianes de la moralidad de sus vecinos. No quiero ser exagerado, aunque suelo serlo, pero yo te diría que es más «decente» y más «moral» el sinvergüenza corriente que el puritano oficial. Su modelo suele ser la señora de aquel cuento... ¿te acuerdas? Llamó a la policía para protestar de que había unos chicos desnudos bañándose delante de su casa. La policía alejó a los chicos, pero la señora volvió a llamar diciendo que se estaban bañando (desnudos, siempre desnudos) un poco más arriba y que seguía el escándalo. Vuelta a alejarlos la policía y vuelta a protestar la señora. «Pero señora - dijo el inspector-, si los hemos mandado a más de un kilómetro y medio de distancia ...» Y la puritana contestó, «virtuosamente» indignada: «¡Si, pero con los gemelos todavía sigo viéndoles!»

Como a mi juicio el puritanismo es la actitud más opuesta que puede darse a la ética, no me oirás ni una palabra contra el placer ni por supuesto intentaré de ningún modo que te avergüences, aunque sea poquito, por el apetito de disfrutar lo más posible con cuerpo y alma. Incluso estoy dispuesto a repetirte con la mayor convicción el consejo de un viejo maestro francés que mucho te recomiendo, Michel de Montaigne: «Hay que retener con todas nuestras uñas y dientes el uso de los placeres de la vida, que los años nos quitan de entre las manos unos después de otros.» En esa frase de Montaigne quiero destacarte dos cosas. La primera aparece al final de la recomendación y dice que los años nos van quitando sin cesar posibilidades de gozo por lo que no es prudente esperar demasiado para decidirse a pasarlo bien. Si tardas mucho en pasarlo bien, terminas por pasar de pasarlo bien... Hay que saber entregarse al saboreo del presente, lo que los romanos (y el un poco latoso profe-poeta de El club de los poetas muertos) resumían en-el dicho carpe diem. Pero esto no quiere decir que tengas que buscar hoy todos los placeres, sino que debes buscar todos los placeres de hoy. Uno de los medios más seguros de estropear los goces del presente es empeñarte en que cada momento tenga de todo y que te brinde las satisfacciones más dispares e improbables. No te obsesiones con meter a la fuerza en el instante que vives los place- 1 res que no pegan; procura más bien encontrarle el guiño placentero a todo lo que hay. Vamos: no dejes que se te enfríe el huevo frito por esforzarte a contracorriente en conseguir una hamburguesa ni te amargues la hamburguesa ya servida porque le falta ketchup... Recuerda que lo placentero no es el huevo, ni la hamburguesa, ni la salsa, sino lo bien que tú sepas disfrutar con lo que te rodea.

Lo cual me lleva al principio de la cita de Montaigne que antes te puse, cuando habla de aferrarse con uñas y dientes «al uso de los placeres de la vida». Lo bueno es usar los placeres, es decir, tener siempre cierto control sobre ellos que no les permita revolverse contra el resto de lo que forma tu existencia personal. Recuerda que hace bastantes páginas, con motivo de Esaú y sus lentejas recalentadas, hablamos de la complejidad de la vida y de lo recomendable que es para vivirla bien no simplificarla más de lo debido. El placer es muy agradable, pero tiene una fastidiosa tendencia a lo excluyente: si te entregas a él con demasiada generosidad es capaz de irte dejando sin nada con el pretexto de hacértelo pasar bien. Usar los placeres, como dice Montaigne, es no permitir que cualquiera de ellos te borre la posibilidad de todos los otros y que ninguno te esconda por completo el contexto de la vida nada simple en que cada uno tiene su ocasión. La diferencia entre el «uso» y el «abuso» es precisamente ésa: cuando usas un placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer, sino que la vida misma te gusta cada vez más; es señal de que estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular placer. 0 sea que el placer ya no es un ingrediente agradable de la plenitud de la vida, sino un refugio para escapar de la vida, para esconderte de ella y calumniarla mejor...

A veces decimos eso de «me muero de gusto». Mientras se trate de lenguaje figurado no hay nada que objetar, porque uno de los efectos benéficos del placer muy intenso es disolver todas esas armaduras de rutina, miedo y trivialidad que llevamos puestas y que a menudo nos amargan más de lo que nos protegen; al perder esas corazas parecernos «morir» respecto a lo que habitualmente somos, pero para renacer luego más fuertes y animosos. Por eso los franceses, especialistas delicados en esos temas, llaman al orgasmo «la petite mort», la muertecita... Se trata de una «muerte» para vivir más y mejor, que nos hace más sensibles, más dulce o fieramente apasionados. Sin embargo, en otros casos el gusto que obtenemos amenaza con matarnos en el sentido más literal e irremediable de la palabra. 0 mata nuestra salud y nuestro cuerpo, o nos embrutece matando nuestra humanidad, nuestros miramientos para con los demás y para con el resto de lo que constituye nuestra vida. No voy a negarte que haya ciertos placeres por los que pueda merecer la pena jugarse la vida. El «instinto de conservación» a toda costa está muy bien pero no es más que eso: un instinto. Y los humanos vivimos un poco más allá de los instintos o si no la cosa tiene poca gracia. Desde el punto de vista del médico o del acojonado profesional, ciertos placeres nos hacen daño y suponen un peligro, aunque para quienes tenemos una perspectiva menos clínica sigan siendo muy respetables y considerables. Sin embargo, permíteme que desconfíe de todos los placeres cuyo principal encanto parezca ser el «daño» y el «peligro» que proporcionan. Una cosa es que te «mueras de gusto» y otra bastante distinta que el gusto consista en morirse... o al menos en ponerse «a morir». Cuando un placer te mata, o está siempre -para darte gusto- a

punto de matarte o va matando en ti lo que en tu vida hay de humano (lo que hace tu existencia ricamente compleja y te permite ponerte en el lugar de los otros)... es un castigo disfrazado de placer, una vil trampa de nuestra enemiga la muerte. La ética consiste en apostar a favor de que la vida vale la pena, ya que hasta las penas de la vida valen la pena. Y valen la pena porque es a través de ellas como podemos alcanzar los placeres de la vida, siempre contiguos -es el destino- a los dolores. De modo que si me das a elegir obligadamente entre las penas de la vida y los placeres de la muerte, elijo sin dudar las primeras... ¡precisamente porque lo que me gusta es disfrutar y no perecer! No quiero placeres que me permitan huir de la vida, sino que me la hagan más intensamente grata.

Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cuál es la mayor gratificación que puede darnos algo en la vida? ¿Cuál es la recompensa más alta que podemos obtener de un esfuerzo, una caricia, una palabra, una música, un conocimiento, una máquina, o de montañas de dinero, del prestigio, de la gloria, del poder, del amor, de la ética o de lo que se te ocurra? Te advierto que la respuesta es tan sencilla que corre el riesgo de decepcionarte: lo máximo que podemos obtener sea de lo que sea es alegría. Todo cuanto lleva a la alegría tiene justificación (al menos desde un punto de vista, aunque no sea absoluto) y todo lo que nos aleja sin remedio de la alegría es un camino equivocado. ¿Qué es la alegría? Un «sí» espontáneo a la vida que nos brota de dentro, a veces cuando menos lo esperamos. Un «sí» a lo que somos, o mejor, a lo que sentimos ser. Quien tiene alegría ya ha recibido el premio máximo y no echa de menos nada; quien no tiene alegría -por sabio, guapo, sano, rico, poderoso, santo, etc., que sea- es un miserable que carece de lo más importante. Pues bien, escucha: el placer es estupendo y deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no cuando la enturbia o la compromete. El límite negativo del placer no es el dolor, ni siquiera la muerte, sino la alegría: en cuanto empezamos a perderla por determinado deleite, seguro que estamos disfrutando con lo que no nos conviene. Y es que la alegría, no sé si vas a entenderme, aunque no logro explicarme mejor, es una experiencia que abarca placer y dolor, muerte y vida; es la experiencia que definitivamente acepta el placer y el dolor, la muerte y la vida.

Al arte de poner el placer al servicio de la alegría, es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. Se trata de una habilidad fundamental del hombre libre pero hoy no está muy de moda: se la quiere sustituir por la abstinencia radical o por la prohibición policíaca. Antes que intentar usar bien algo de lo que se puede usar mal (es decir, abusar), los que han nacido para robots prefieren renunciar por completo a ello y, si es posible, que se lo prohíban desde fuera, para que así su voluntad tenga que hacer menos ejercicio. Desconfían de todo lo que les gusta; o, aún peor, creen que les gusta todo aquello de lo que desconfían. «¡Que no me dejen entrar en un bingo, porque me lo jugaré todo! ¡Que no me consientan probar un porro, porque me convertiré en un esclavo babeante de la droga!» Etc. Son como esa gente que compra una máquina que les da masajes en la barriga para no tener que hacer flexiones con su propio esfuerzo. Y claro, cuanto más se privan a la fuerza de las cosas, más locamente les apetecen, más se entregan a ellas con mala conciencia, dominados por el más triste de todos los placeres: el placer de sentirse culpables. Desengáñate: cuando a uno le gusta sentirse «culpable», cuando uno cree que un placer es más placer auténtico si resulta en cierto modo «criminal», lo que se está pidiendo a gritos es castigo... El mundo está lleno de supuestos «rebeldes» que lo único que desean en el fondo es que les castiguen por ser libres, que algún poder superior de este mundo o de otro les impida quedarse a solas con sus tentaciones.

En cambio, la templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son «egoístas» porque siempre hay alguien sufriendo mientras tú gozas, le respondes que es bueno ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento sufriendo también 0 por estar disfrutando como el otro quisiera poder disfrutar. Comprender el sufrimiento de quien padece e intentar remediarlo no supone más que interés porque el otro pueda gozar también, no vergüenza porque tú estés gozando. Sólo alguien con muchas ganas de amargarse la vida y amargársela a los demás puede llegar a creer que siempre se goza contra alguien. Y a quien veas que considera «sucios» y «animales» todos los placeres que no comparte o que no se atreve a permitirse, te doy permiso para que le tengas por sucio y por bastante animal. Pero yo creo que esta cuestión ha quedado ya suficientemente clara, ¿no?

Vete leyendo...

«Lo que el oído desea oír es música, y la prohibición de oír música se llama obstrucción al oído. Lo que el ojo desea es ver belleza, y la prohibición de ver belleza es llamada obstrucción a la vista. Lo que la nariz desea es oler perfume, y la prohibición de oler perfume es llamada obstrucción al olfato. De lo que la boca quiere hablar es de lo justo e injusto, y la prohibición de hablar de lo justo e injusto es llamada obstrucción al entendimiento. Lo que el cuerpo desea disfrutar son ricos alimentos y bellas ropas, y la prohibición de gozar de éstos se llama obstrucción a las sensaciones del cuerpo. Lo que la mente quiere es ser libre, y la prohibición a esta libertad se llama obstrucción a la naturaleza» (Yang Chu, siglo in d.C.).

«El vicio corrige mejor que la virtud. Soporta a un vicioso y tomarás horror al vicio. Soporta a un virtuoso y pronto odiarás a la virtud entera» (Tony Duvert, Abecedario malévolo). La moderación presupone el placer; la abstinencia, no. Por eso hay más abstemios que moderados» (Lichtenberg, Aforismos).

 La única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien, por «nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás» (John Stuart Mill, Sobre la libertad).

Cuestionario

1.    Realice un resumen del capitulo

2.    ¿Cuál es la idea central del capítulo?

3.    ¿Cuál es la diferencia entre placer y alegría?

4.    ¿Qué significa ser “temperado”?

5.    ¿Por qué algunas personas tienen miedo al placer?

6.    5. ¿Qué tienen en común el erotismo, el atletismo y la gastronomía?

5. Temporalidad y proyecto como dimensión del ser. TALLER 5

 TALLER 5

5. Temporalidad y proyecto como dimensión del ser

Lo que llevamos ganado hasta ahora podría resumirse diciendo que el fundamento de la ética es el ser del hombre que se com-prende existencialmente como poder-ser. Ese poder-ser es el del hombre, es el horizonte mismo de su mundo. Ahora se nos presenta con una nueva nota esencial: el poder-ser es futuro. Pero además dicho poder-ser futuro tiene la modalidad de pro-yecto. Se trata de describir el ser en la totalidad de sus momentos o dentro del existenciario o modo de ser esencial que los comprende a todos: la temporalidad.

 Cuando se habla de temporalidad, a partir de su significación vulgar, pareciera que nos referimos al hecho de que el hombre tiene un pasado, está en el presente y todavía no ha hecho lo que cumplirá en el futuro. Esta representación del tiempo humano es sólo derivada y se funda en algo de mayor profundidad ontológica.

 Husserl había comenzado a entrever la cuestión, pero desde su fundamentación subjetivista trascendental. Por su parte Sartre y Merleau-Ponty nos han dejado descripciones de importancia sobre la cuestión. Lo mismo puede decirse de De Waelhens o Pugliese. Por nuestra parte, sin embargo, nos remitiremos directamente al que trata la cuestión superando la metafísica moderna y fundando las hermenéuticas posteriores sobre la cuestión.

 Al terminar Ser y tiempo dice el autor que "la constitución ontológico-existenciaria de la totalidad del Ser-ahí tiene su fundamento en la temporalidad (Zeitlichkeit)". ¿Cómo es esto posible? ¿En qué consiste ontológicamente dicha temporalidad? Refiriéndonos a los parágrafos anteriores de nuestro análisis podríamos resumir todo diciendo: la temporalidad es el horizonte trascendental (expresión del als ekstatich-horizontale) que abarca en un solo movimiento al ser, al que el hombre se abre por la com-prensión del ser, como poder-ser. El poder-ser no es solamente lo todavía no efectuado; es un modo de presencia-ausente. El poder-ser está dado en la com-prensión que pro-pone (que pone ante nosotros un horizonte "futuro") un horizonte desde el cual todo lo que nos hace frente es, por su parte, comprendido como posibilidad. La temporalidad aúna lo fácticamente dado ya con el estar siendo en el horizonte de alguna manera presente, y de alguna ausente, del poder-ser. El "futuro", en este caso, no es lo que se cumplirá después. En su significación ontológica-existenciaria "futuro" (en alemán Zu-kunft: "ir hacia" lo que "viene", que en nuestro romance puede traducirse por ad-venidero) es lo que desde ahora se com-prende poder-ser, es decir, es un modo de presencia de lo que se nos acerca desde un horizonte siempre alejado. Vamos hacia (ad-) lo que se nos acerca (-viniente) pero que siempre se retira como el horizonte de nuestro mundo.

 Cotidianamente decimos: "hace una hora entró en la Facultad". "Dentro de una semana iré a Córdoba". Ese tiempo mundano (Weltzeit) de las cosas-sentido que nos hacen frente es el modo cotidiano o existencial de temporación (Zeitigung). Pero si podemos temporaciar las cosas intramundanamente esporque, previamente, tenemos como nota esencial de nuestro ser el existenciario que denominamos temporalidad. Este es un modo de ex-sistir por el que el poder-ser se sitúa en la presencia-ausente del ad-venir como fondo desde el cual u horizonte dentro del cual lo que me hace frente queda remitido al futuro, como posibilidad. La intratemporacialidad (Innerzeitigkeit) en la fisura de la nada sartreana, el mundo, es el modo existencial de vivir el tiempo vulgar. Pero ese modo se funda en la temporalidad que aúna ex-státicamente la factidad del estar-dado en el estar-siendo desde el poder-ser como ad-viniente. El ser del hombre que éste mismo com-prende no es un mero presente; no es un futuro como lo que se hará después; no es el pasado como lo ya acaecido: es la unidad indivisible de las tres instancias asumidas en el solo momento de la temporalidad. El hombre com-prende el ser, en cada caso el mío que tengo a cargo, como ad-viniente. "La temporalidad se temporacía originalmente desde el ad-venir (Zukunft)". El ser ya-sido, el presente y el ad-venir son los tres éxtasis de la temporalidad (que por su parte es lo ekstatikón por excelencia: el original "fuera de sí" u horizonte final de la trascendencia). El hombre como finitud nunca totalizada se despliega en el horizonte de la temporalidad desde el poder-ser ad-viniente. El ser que soy como poder-ser es el télos. El ser que soy en el mismo despliegue de totalización nunca totalizado es la enteléjeia (el estar-ya en un no-todavía). La intratemporalización de las mediaciones se funda en la temporalidad radical de la com-prensión del ser finito. La facticidad reside en el ser-sido; la ex-sistencia o trascendencia en el ad-venir; la posición existencial en el estar perdidos en lo presente. La temporalidad aúna en un fenómeno la totalidad de la finitud. La com-prensión será entonces, radicalmente, la com-prensión del ser ad-viniente.

 El hombre, que com-prende su ser como poder-ser ad-viniente, se encuentra-ya siempre lanzado (yecto) a sí mismo en el mundo, ese estar-arrojado (Geworfenheit) como encontrándose siempre teniendo ya a cargo su propio ser, es un estar arrojado a una con él (su propio ser) en el mundo. El hombre entonces será un yecto fácticamente a la responsabilidad de sí mismo. Se establece como una bipolaridad entre el hombre que es y el hombre que se recibe como ya siendo, entre "el ser fundado y el ser fundante, una dualidad que es unidad", Sartre ha expresado esta posición trágica o necesaria propia de la existencia humana al decir que, si es verdad que el hombre es fundamento de sí mismo en situación, sin embargo "no elige esta situación. Esto hace que me comprenda a la vez como totalmente responsable de mi ser, en tanto que estoy siendo el fundamento, y, al mismo tiempo, como totalmente injustificable". Y bien, este "como me encuentro estar siendo", o el estar arrojado, nunca puede ser objeto de una intuición (Anschauen), porque se aleja igualmente como el poderser, pero ahora "hacia atrás" (si se nos permite la expresión). El "encontrarme arrojado" es un factum que no explica ni la intuición racionalista ni tampoco el "irracionalismo que como contrapartida del racionalismo se limita a hablar de soslayo de aquello para lo que el racionalismo es ciego", es decir, el ámbito ambiguo de lo existencial o mundano cotidiano en referencia a su horizonte inobjetivo. En cuanto ya situado fácticamente el hombre emplaza (verlegt) siempre su poderser en una de las posibilidades del comprender, es decir, el poder-ser se abre desde un ser ya-dado (pero jamás totalmente). Y justamente en cuanto que el hombre trasciende la pura facticidad cósica es que se pro-yecta en su poder-ser. El carácter pro-yectivo del comprender el ser indica, simplemente, que desde la situación fáctica el hombre se abre lanzándose o arrojándose por delante de su mundo hasta su horizonte mismo, trascendiendo así su estar-yecto como pro-yecto. Se asume dialécticamente el ámbito al cual se está arrojado (yecto), lo intramundano, dentro del horizonte que sirve de fondo comprensivo como pro-yecto. La comprensión del poder-ser adviniente es un movimiento pro-yectivo o trascendental. Ese estar pro-yectado permite abrirse al ámbito de las posibilidades en las que nos encontramos yectos (arrojados cotidiana y factualmente). Si el hombre es "apertura" al mundo es porque es "pro-yectante" de su propio ser como el "a causa del que" (Worum-willen) es en el mundo84. Al "estar-pro-yectado" el ser del hombre sobre su poder-ser, que no es sino el horizonte de significatividad del mundo mismo, decimos que se encuentra "abierto". Este es el sentido primario del proyectar fundamental. Pero al mismo tiempo, se da concomitantemente un proyectar derivado, es decir, "el proyectar sobre posibilidades"85, que es un proyectar los entes sobre el fondo del mundo pro-yectado de antemano en la com-prensión del ser como poder-ser ad-viniente. La pro-yección existencial originaria indica en cuanto pro- (lanzado ante o más allá) que el horizonte trascendental o mundo abre ante nosotros el ámbito de las posibilidades que somos. De esta manera la "proyección yecta" se muestra bipolar como toda la estructura del ser finito del hombre: desde la facticidad el hombre salta hasta el horizonte de su mundo llevando consigo en ese movimiento de trascendencia a los entes como posibilidades. Ese salto sobre el abismo del mundo es el que nos abre la fisura que Sartre llama néant, donde corremos el riesgo del fracaso por haber sido entregados sin elección a nuestra propia libertad. Esta pro-yección es un "ver a través" (Durchsichtigkeit, limpidez translúcida) de nuestro encontrarnos situados hacia un poder-ser.

 Esta com-prensión pro-yectiva del ser nunca es temática; es existencial, ambigua, pero no por ello menos fundante. Un proyecto como plan calculado sería lo que Merleau-Ponty denomina un "proyecto intelectual": "el error de la concepción que combatimos aquí es, en conclusión, el de no considerar sino los proyectos intelectuales en lugar de tener en cuenta el proyecto existencial que es la polarización de una vida hacia una meta determinada-indeterminada de la que no tenemos ninguna representación y que no se la reconoce sino en el momento que es alcanzada... En realidad, el provecto intelectual y la posición de fines no son sino el cumplimiento de un proyecto existencial". La misma conclusión es afirmada por Sartre: el "proyecto personal tiene dos caracteres fundamentales: no puede en ningún caso ser definido por conceptos; en tanto que proyecto humano es siempre comprensible (en derecho si no de hecho)"90. Para Sartre el proyecto original, fundamental o inicial es tema de una elección (choix), pero situado en un nivel ontológico (y por ello la libertad de Sartre no es aquí una mera elección de "medios"): "La libertad es elección de su ser, pero no fundamento de su ser... El proyecto libre es fundamental porque es mi ser... El proyecto fundamental que soy yo es un proyecto que concierne no a mis relaciones con tal o cual objeto particular del mundo, sino a mi ser-en-el-mundo en su totalidad". Se trata entonces de un proyecto atemático o existencial, primero, que funda o ilumina todo proyecto calculado, todo plan pensado intramundano. Esos proyectos cotidianos no instauran el mundo, sino que son las mediaciones prácticas que se encaminan al poder-ser ad-viniente pro-yectado en su totalidad.

 Esta com-prensión pro-yectiva existencial supera el fundamento de la moral axiológica que es noema de una intuición eidético-estimativa de los valores. Max Scheler nos dice que en último término el fundamento es un "peculiar contenido individual de valor sobre el que se estructura primeramente la conciencia del deber individual (y que) es, por consiguiente, la visión del valor esencial de mi persona... Es decir, se trata del conocimiento evidente de algo bueno en-sí, pero también de algo bueno en-sí para-mí". Ese fundamento es "la unidad del prototipo concreto ideal de valor de la persona dado intuitivamente". Pero el valor no es sino el "sentido" del objeto constituido por el sujeto de la metafísica moderna. Por ello, la imagen ideal de valor (Wertidealbildes) no es sino una objetivación dentro del ámbito de la subjetividad. Pero antes de ese mundo ideal de valores para un sujeto estimativo el hombre está ya en el mundo como un com-prensor pro-yectante del ser: ser cuya estructura en la temporalidad se despliega en la unidad de lo fácticamente sido en el estar-siendo desde el poder-ser ad-viniente. La "com-prensión" existencial como acceso y el "ser" en cada caso mío es el fundamento de la ética.

PONTE EN SU LUGAR, TALLER 8

TALLER 8

CAPÍTULO SÉPTIMO

PONTE EN SU LUGAR

Robinson Crusoe pasea por una de las playas de la isla en la que una inoportuna tormenta con su correspondiente naufragio le ha confinado. Lleva su loro al hombro y se protege del sol gracias a la sombrilla fabricada con hojas de palmera que le tiene justificadamente orgulloso de su habilidad. Piensa que, dadas las circunstancias, no puede decirse que se las haya arreglado del todo mal. Ahora tiene un refugio en el que guarecerse de las inclemencias del tiempo y del asalto de las fieras, sabe dónde conseguir alimento y bebida, tiene vestidos que le abriguen y que él mismo se ha hecho con elementos naturales de la isla, los dóciles servicios de un rebañito de cabras, etc. En fin, que sabe cómo arreglárselas para llevar más o menos su buena vida de náufrago solitario. Sigue paseando Robinson y está tan contento de sí mismo que por un momento le parece que no echa nada de menos. De pronto, se detiene con sobresalto. Allí, en la arena blanca, se dibuja una marca que va a revolucionar toda su pacífica existencia: la huella de un pie humano.

¿De quién será? ¿Amigo o enemigo? ¿Quizá un enemigo al que puede convertir en amigo? ¿Hombre o mujer? ¿Cómo se entenderá con él o ella? ¿Qué trato le dará? Robinson está ya acostumbrado a hacerse preguntas desde que llegó a la isla y a resolver los problemas del modo más ingenioso posible: ¿qué comeré?, ¿dónde me refugiaré?, ¿cómo me protegeré del sol? Pero ahora la situación no es igual porque ya no tiene que vérselas con acontecimientos naturales, como el hambre o la lluvia, ni con fieras salvajes, sino con otro ser humano: es decir, con otro Robinson o con otros Robinsones y Robinsonas. Ante los elementos o las bestias, Robinson ha podido comportarse sin atender a nada más que a su necesidad de supervivencia. Se trataba de ver si podía con ellos o ellos podían con él, sin otras complicaciones. Pero ante seres humanos la cosa ya no es tan simple. Debe sobrevivir, desde luego, pero ya no de cualquier modo. Si Robinson se ha convertido en una fiera como las demás que rondan por la selva, a causa de su soledad y su desventura, no se preocupará más que de si el desconocido causante de la huella es un enemigo a eliminar o una presa a devorar. Pero si aún quiere seguir siendo un hombre... Entonces se las va a ver no ya con una presa o un simple enemigo, sino con un rival 0 un posible compañero; en cualquier caso, con un semejante.

Mientras está solo, Robinson se enfrenta a cuestiones técnicas, mecánicas, higiénicas, incluso científicas, si me apuras. De lo que se trata es de salvar la vida en un medio hostil y desconocido. Pero cuando encuentra la huella de viernes en la arena de la playa empiezan sus problemas éticos. Ya no se trata solamente de sobrevivir, como una fiera o como una alcachofa, perdido en la naturaleza; ahora tiene que empezar a vivir humanamente, es decir, con otros o contra otros hombres, pero entre hombres. Lo que hace «humana» a la vida es el transcurrir en compañía de humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo respetado o traicionado, amando, haciendo proyectos y recordando el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosas comunes, jugando, intercambiando símbolos... La ética no se ocupa de cómo alimentarse mejor o de cuál es la manera más recomendable de protegerse del frío ni de qué hay que hacer para vadear un río sin ahogarse, cuestiones todas ellas sin duda muy importantes para sobrevivir en determinadas circunstancias; lo que a la ética le interesa, lo que constituye su especialidad, es cómo vivir bien la vida humana, la vida que transcurre entre humanos. Si uno no sabe cómo arreglárselas para sobrevivir en los peligros naturales, pierde la vida, lo cual sin duda es un fastidio grande; pero si uno no tiene ni idea de ética, lo que pierde o malgasta es lo humano de su vida y eso, francamente, tampoco tiene ninguna gracia.

Antes te dije que la huella en la arena anunció a Robinson la proximidad comprometedora de un semejante. Pero vamos a ver, ¿hasta qué punto era Viernes semejante a Robinson? Por un lado, un europeo del siglo XVII, poseedor de los conocimientos científicos más avanzados de su época, educado en la religión cristiana, familiarizado con los mitos homéricos y con la imprenta; por otro, un salvaje caníbal de los mares del Sur, sin más cultura que la tradición oral de su tribu, creyente en una religión politeísta y desconocedor de la existencia de las grandes ciudades contemporáneas como Londres o Amsterdam. Todo era diferente del uno al otro: color de la piel, aficiones culinarias, entretenimientos... Seguro que por las noches ni siquiera sus sueños tenían nada en común. Y sin embargo, pese a tantas diferencias, también había entre ellos rasgos fundamentalmente parecidos, semejanzas esenciales que Robinson no compartía con ninguna fiera ni con ningún árbol o manantial de la isla. Para empezar, ambos hablaban, aunque fuese en lenguas muy distintas. El mundo estaba hecho para ellos de símbolos y de relaciones entre símbolos, no de puras cosas sin nombre. Y tanto Robinson como Viernes eran capaces de valorar los comportamientos, de saber que uno puede hacer ciertas cosas que están «bien» y otras que son por el contrario «malas». A primera vista, lo que ambos consideraban «bueno» y «malo» no era ni mucho menos igual, porque sus valoraciones concretas provenían de culturas muy lejanas: el canibalismo, sin ir más lejos, era una costumbre razonable y aceptada para Viernes, mientras ue a Robinson -como a ti, supongo, por tragaldabas que seas- le merecía el más profundo de os horrores. Y a pesar de ello los dos coincidían en suponer que hay criterios destinados a justificar qué es aceptable y qué es horroroso. Aunque tuvieran posiciones muy distintas desde las que discutir, podían llegar a discutir y comprender de qué estaban discutiendo. Ya es bastante más de lo que se suele hacer con un tiburón o con una avalancha de rocas, ¿no?

Todo eso está muy bien, me dirás, pero lo cierto es que por muy semejantes que sean los hombres no está claro de antemano cuál sea la mejor manera de comportarse respecto a ellos. Si la huella en -la arena que encuentra Robinson pertenece a un miembro de la tribu de caníbales que pretende comérselo estofado, su actitud ante el desconocido no deberá ser la misma que si se trata del grumete del barco que viene por fin a rescatarle. Precisamente porque los otros hombres se me parecen mucho pueden resultarme más peligrosos que cualquier animal feroz o que un terremoto. No hay peor enemigo que un enemigo inteligente, capaz de hacer planes minuciosos, de tender trampas o de engañarme de mil maneras. Quizá entonces lo mejor sea tomarles la delantera y ser uno el primero en tratarles, por medio de violencia o emboscadas, como si ya fuesen efectivamente esos enemigos que pudieran llegar a ser... Sin embargo, esta actitud no es tan prudente como parece a primera vista: al comportarme ante mis semejantes como enemigo, aumento sin duda las posibilidades de que ellos se conviertan sin remedio en enemigos míos también; y además pierdo la ocasión de ganarme su amistad o de conservarla si en principio estuviesen dispuestos a ofrecérmela.

Mira este otro comportamiento posible ante nuestros peligrosos semejantes. Marco Aurelio fue emperador de Roma y además filósofo, lo cual es bastante raro porque los gobernantes suelen interesarse poco por las cuestiones que no sean indiscutiblemente prácticas. A este emperador le gustaba anotar algo así como unas conversaciones que tenía consigo mismo, dándose consejos o hasta pegándose broncas. Frecuentemente apuntaba cosas de este jaez (acudo a la memoria, no al libro, de modo que no te lo tomes al pie de la letra): «Al levantarte hoy, piensa que a lo largo del día te encontrarás con algún mentiroso, con algún ladrón, con algún adúltero, con algún asesino. Y recuerda que has de tratarles como a hombres, porque son tan humanos como tú y por tanto te resultan tan imprescindibles como la mandíbula inferior lo es para la superior.» Para Marco Aurelio, lo más importante respecto a los hombres no es si su conducta me parece conveniente o no, sino que -en cuanto humanos- me convienen y eso nunca debo olvidarlo al tratar con ellos. Por malos que sean, su humanidad coincide con la mía y la refuerza. Sin ellos, yo podría quizá vivir, pero no vivir humanamente. Aunque tenga algún diente postizo y dos o tres con caries, siempre es más conveniente a la hora de comer contar con una mandíbula inferior que ayude a la superior...

Y es que esa misma semejanza en la inteligencia, en la capacidad de cálculo y proyecto, en las pasiones y los miedos, eso mismo que hace tan peligrosos a los hombres para mí cuando quieren serlo, los hace también supremamente útiles. Cuando un ser humano me viene bien, nada puede venirme mejor. A ver, ¿qué conoces tú que sea mejor que ser amado? Cuando alguien quiere dinero, o poder, o prestigio... ¿acaso no apetece esas riquezas para poder comprar la mitad de lo que cuando uno es amado recibe gratis? Y ¿quién me puede amar de verdad sino otro ser como yo, que funcione igual que yo, que me quiera en tanto que humano... y a pesar de ello? Ningún bicho, por cariñoso que sea, puede darme tanto como otro ser humano, incluso aunque sea un ser humano algo antipático. Es muy cierto que a los hombres debo tratarlos con cuidado, por si acaso. Pero ese «cuidado» no puede consistir ante todo en recelo o malicia, sino en el miramiento que se tiene al manejar las cosas frágiles, las cosas más frágiles de todas... porque no son simples cosas. Ya que el vínculo de respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso del mundo para mí, que también lo soy, cuando me las vea con ellos debo tener principal interés en resguardarlo y hasta mimarlo, si me apuras un poco. Y ni siquiera a la hora de salvar el pellejo es aconsejable que olvide por completo esta prioridad.

Marco Aurelio, que era emperador y filósofo, pero no imbécil, sabía muy bien lo que tú también sabes: que hay gente que roba, que miente y que mata. Naturalmente, no suponía que por aquello de llevarse bien con el prójimo hay que favorecer semejantes conductas. Pero tenía bastante claras dos cosas que me parecen muy importantes:

primera: que quien roba, miente, traiciona, viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de ser humano. Aquí el lenguaje es engañoso, porque al acuñar el título de infamia («ése es un ladrón», «aquélla una mentirosa», «tal otro un criminal») nos hace olvidar un poco que se trata siempre de seres humanos que, sin dejar de serlo, se comportan de manera poco recomendable. Y quien «ha llegado» a ser algo detestable, como sigue siendo humano aún puede volver a transformarse de nuevo en lo más conveniente para nosotros, lo más imprescindible...

Segunda: Una de las características principales de todos los humanos es nuestra capacidad de imitación. La mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros gustos la copiamos de los demás. Por eso somos tan educables y vamos aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron otras personas en tiempos pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos «civilización», «cultura», etc., hay un poco de invención y muchísimo de imitación. Si no fuésemos tan copiones, constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde cero. Por eso es tan importante el ejemplo que damos a nuestros congéneres sociales: es casi seguro que en la mayoría de los casos nos tratarán tal como se vean tratados. Si repartimos a troche y moche enemistad, aunque sea disimuladamente, no es probable que recibamos a cambio cosa mejor que más enemistad. Ya sé que por muy buen ejemplo que llegue a dar uno, los demás siempre tienen a la vista demasiados malos ejemplos que imitar. ¿Para qué molestarse, pues, y renunciar a las ventajas inmediatas que sacan a menudo los canallas? Marco Aurelio te contestaría: «¿Te parece prudente aumentar el ya crecido número de los malos, de los que poco realmente positivo puedes esperar, y desanimar a la minoría de los mejores, que en cambio tanto pueden hacer por tu buena vida? ¿No es más lógico sembrar lo que intentas cosechar en lugar de lo opuesto, aun a sabiendas de que la cizaña puede estropear tu cosecha? ¿Prefieres portarte voluntariamente al modo de tanto loco como hay suelto, en lugar de defender y mostrar las ventajas de la cordura?»

Pero estudiemos un poco más de cerca lo que hacen esos que llamamos «malos». es decir, los que tratan a los demás humanos como a enemigos en lugar de procurar su amistad. Seguro que recuerdas la película Frankenstein, interpretada por ese entrañable monstruo de monstruos que fue Boris Karloff. Intentamos verla juntos en la tele cuando eras bastante pequeñajo y tuve que apagar porque, según me dijiste con elegante franqueza, «me parece que empieza a darme demasiado miedo». Bueno, pues en la novela de Mary W. Shelley en la que se basa la película, la criatura hecha de remiendos de cadáveres hace esta confesión a su ya arrepentido inventor: «Soy malo porque soy desgraciado.» Tengo la impresión de que la mayoría de los supuestos «malos» que corren por el mundo podrían decir lo mismo cuando fuesen sinceros. Si se comportan de manera hostil y despiadada con sus semejantes es porque sienten miedo, o soledad, o porque carecen de cosas necesarias que otros muchos poseen: desgracias, como verás. 0 porque padecen la mayor desgracia de todas, la de verse tratados por la mayoría sin amor ni respeto, tal como le ocurría a la pobre criatura del doctor Frankenstein, a la que sólo un ciego y una niña quisieron mostrar amistad. No conozco gente que sea mala de Puro feliz ni que martirice al prójimo como señal de alegría. Todo lo más, hay bastantes que para estar contentos necesitan no enterarse de los padecimientos que abundan a su alrededor y de algunos de los cuales son Cómplices. Pero la ignorancia, aunque

esté satisfecha de sí misma, también es una forma de desgracia...

Ahora bien: si cuanto más feliz y alegre se siente alguien menos ganas tendrá de ser malo, ¿no será cosa prudente intentar fomentar todo lo posible la felicidad de los demás en lugar de hacerles desgraciados y por tanto propensos al mal? El que colabora en la desdicha ajena o no hace nada para ponerle remedio... se la está buscando. ¡Que no se queje luego de que haya tantos malos sueltos! A corto plazo, tratar a los semejantes como enemigos (o como víctimas) puede parecer ventajoso. El mundo está lleno de «pillines» o de descarados canallas que se consideran sumamente astutos cuando sacan provecho de la buena intención de los demás y hasta de sus desventuras. Francamente, no me parecen tan «listos» como ellos se halagan en creer. La mayor ventaja que podemos obtener de nuestros semejantes no es la posesión de más cosas (o el dominio sobre más personas tratadas como cosas, como instrumentos) sino la complicidad y afecto de más seres libres. Es decir, la ampliación y refuerzo de mi humanidad. «Y eso ¿para qué sirve?», preguntará el pillo, creyendo alcanzar el colmo de la astucia. A lo que tú puedes responderle: «No sirve para nada de lo que tú piensas. Sólo los siervos sirven y aquí ya te he dicho que estamos hablando de seres libres.» El problema del canalla es que no sabe que la libertad no sirve ni gusta de ser servida, sino que busca contagiarse. Tiene mentalidad de esclavo, el pobrecillo... ¡por muy «rico» en cosas que se considere a sí mismo!

Y suspira luego el canalla, ahora ya tembloroso y reducido a simple pillín: «Si yo no me aprovecho de los otros, ¡seguro que son los otros los que se aprovechan de mí!» Es una cuestión de ratones-esclavos y leones-libres, con las debidas reverencias para ambas especies zoológicas de mi mayor consideración. Diferencia número uno entre el que ha nacido para ratón y el que ha nacido para león: el ratón pregunta «¿qué me pasará?» y el león «¿qué haré?». Número dos: el ratón quiere obligar a los demás a que le quieran para así ser capaz de quererse a sí mismo y el león se quiere a sí mismo por lo que es capaz de querer a los demás. Número tres: el ratón está dispuesto a hacer lo que sea contra los demás para prevenir lo que los demás pueden hacer contra él, mientras que el león considera que hace a favor de sí mismo todo lo que hace a favor de los demás. Ser ratón o ser león: ¡he aquí la cuestión! Para el león está bastante claro - «tenebrosamente claro», como diría el poeta Antonio Machado- que el primer perjudicado cuando intento perjudicar a mi semejante soy precisamente yo mismo... y en lo que tengo de más valioso, de menos servil.

Llegamos por fin al momento de intentar responder a una pregunta cuya contestación directa (indirectamente y con rodeos hace bastantes páginas que no hablamos de otra cosa) hemos aplazado ya demasiado tiempo: ¿en qué consiste tratar a las personas como a personas, es decir, humanamente? Respuesta: consiste en que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista. Es algo que sólo de una manera muy novelesca y dudosa puedo pretender con un murciélago o con un geranio, pero que en cambio se impone con los seres capaces de manejar símbolos como yo mismo. A fin de cuentas, siempre que hablamos con alguien lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien ahora es «yo» sabe que se convertirá en «tú» y viceversa. Si no admitiésemos que existe algo fundamentalmente igual entre nosotros (la posibilidad de ser para otro lo que otro es para mí) no podríamos cruzar ni palabra. Allí donde hay cruce, hay también reconocimiento de que en cierto modo pertenecemos a lo de enfrente y lo de enfrente nos pertenece... Y eso, aunque yo sea joven y el otro viejo, aunque yo sea hombre y la otra mujer, aunque yo sea blanco y el otro negro, aunque yo sea tonto y el otro listo, aunque yo esté sano y el otro enfermo, aunque yo sea rico y el otro pobre. «Soy humano -dijo un antiguo poeta latino- y nada de lo que es humano puede parecerme ajeno.» Es decir: tener conciencia de mi humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes. Para empezar, como palabra...

Y no sólo para poder hablar con ellos, claro está. Ponerse en el lugar de otro es algo más que el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. Y cuando los derechos faltan, hay que comprender sus razones. Pues eso es algo a lo que todo hombre tiene derecho frente a los demás hombres, aunque sea el peor de todos: tiene derecho -derecho humano- a que alguien intente ponerse en su lugar y comprender lo que hace y lo que siente. Aunque sea para condenarle en nombre de leyes que toda sociedad debe admitir. En una palabra, ponerte en el lugar de otro es tomarle en serio, considerarle tan plenamente real como a ti mismo. ¿Recuerdas a nuestro viejo amigo el ciudadano Kane? ¿O a Gloucester? Se tomaron tan en serio a sí mismos, tuvieron tan en cuenta sus deseos y ambiciones, que actuaron como si los demás no fuesen de verdad, como si fuesen simples muñecos o fantasmas: los aprovechaban cuando les venía bien su colaboración, los desechaban o mataban si ya no les resultaban utilizables. No hicieron el mínimo esfuerzo por ponerse en su lugar, por relativizar su interés propio para tomar en cuenta también el interés ajeno. Ya sabes cómo les fue.

No te estoy diciendo que haya nada malo en que tengas tus propios intereses, ni tampoco que debas renunciar a ellos siempre para dar prioridad a los de tu vecino. Los tuyos, desde luego, son tan respetables como los suyos y lo demás son cuentos. Pero fíjate en la palabra misma «interés»: viene del latín inter esse, lo que está entre varios, lo que pone en relación a varios. Cuando hablo de «relativizar» tu interés quiero decir que ese interés no es algo tuyo exclusivamente, como si vivieras solo en un mundo de fantasmas, sino que te pone en contacto con otras realidades tan «de verdad» como tú mismo. De modo que todos los intereses que puedas tener son relativos (según otros intereses, según las circunstancias, según leyes y costumbres de la sociedad en que vives) salvo un interés, el único interés absoluto: el interés de ser humano entre los humanos, de dar y recibir el trato de humanidad sin el que no puede haber «buena vida». Por mucho que pueda interesarte algo, si miras bien nada puede ser tan interesante para ti como la capacidad de ponerte en el lugar de aquellos con los que tu interés te relaciona. Y al ponerte en su lugar no sólo debes ser capaz de atender a sus razones, sino también de participar de algún modo en sus pasiones y sentimientos, en sus dolores, anhelos y gozos. Se trata de sentir simpatía por el otro (o si prefieres compasión, pues ambas voces tienen etimologías semejantes, la una derivando del griego y la otra del latín), es decir ser capaz de experimentar en cierta manera al unísono con el otro, no dejarle del todo solo ni en su pensar ni en su querer. Reconocer que estamos hechos de la misma pasta, a la vez idea, pasión y carne. 0 como lo dijo más bella y profundamente Shakespeare: todos los humanos estamos hechos de la sustancia con la que se trenzan los sueños. Que se note que nos damos cuenta de ese parentesco.

Tomarte al otro en serio, es decir, ser capaz de ponerte en su lugar para aceptar prácticamente que es tan real como tú mismo, no significa que siempre debas darle la razón en lo que reclama o en lo que hace. Ni tampoco que, como le tienes por tan real como tú mismo y semejante a ti, debas, comportarte como si fueseis idénticos. El dramaturgo y humorista Bernard Shaw solía decir: «No siempre hagas a los demás lo que desees que te hagan a ti: ellos pueden tener gustos diferentes.» Sin duda los hombres somos semejantes, sin duda sería estupendo que llegásemos a ser iguales (en cuanto a oportunidades al nacer y luego ante las leyes), pero desde luego no somos ni tenemos por qué empeñarnos en ser idénticos. ¡Menudo aburrimiento y menuda tortura generalizada! Ponerte en el lugar del otro es hacer un esfuerzo de objetividad por ver las cosas como él las ve, no echar al otro y ocupar tú su sitio... O sea que él debe seguir siendo él y tú tienes que seguir siendo tú. El primero de los derechos humanos es el derecho a no ser fotocopia de nuestros vecinos, a ser más o menos raros. Y no hay derecho a obligar a otro a que deje de ser «raro» por su bien, salvo que su «rareza» consista en hacer daño al prójimo directa y claramente...

Acabo de emplear la palabra «derecho» y me parece que ya la he utilizado un poco antes. ¿Sabes por qué? Porque gran parte del difícil arte de ponerse en el lugar del prójimo tiene ¿que ver con eso que desde muy antiguo se llama justicia. Pero aquí no sólo me refiero a lo que la justicia tiene de institución pública (es decir, leyes establecidas, jueces, abogados, etc.), sino a la virtud de la justicia, o sea: a la habilidad y el esfuerzo que debemos hacer cada uno –si querernos vivir bien- por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros. Las leyes y los jueces intentan determinar obligatoriamente lo mínimo que las personas tienen derecho a exigir de aquellos con quienes conviven en sociedad, pero se trata de un mínimo y nada más. Muchas veces por muy legal que sea, por mucho que se respeten los códigos y nadie pueda ponernos multas o llevarnos a la cárcel, nuestro comportamiento sigue siendo en el fondo injusto. Toda ley escrita no es más que una abreviatura, una simplificación -a menudo imperfecta- de lo que tu semejante puede esperar concretamente de ti, no del Estado o de sus jueces. La vida es demasiado compleja y sutil, las personas somos demasiado distintas, las situaciones son demasiado variadas, a menudo demasiado íntimas, como para que todo quepa en los libros de jurisprudencia. Lo mismo que nadie puede ser libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir bien. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle sólo porque también es humano... y ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa. ¡Vaya, me ha salido otro capítulo larguísimo! Pero tengo la excusa de que éste es el capítulo más importante de todos. Lo fundamental de la ética de la que quiero hablarte he intentado decirlo en estas últimas páginas. Me atrevería a pedirte que, si no estás demasiado harto, lo leyeras otra vez antes de pasar más adelante. Aunque si no lo haces porque estás algo cansado... ¡bueno, me pongo en tu lugar!

Vete leyendo...

«Un día, cerca del mediodía, cuando iba a visitar mi canoa, me sorprendió de una manera extraña el descubrir sobre la arena la reciente huella de un pie descalzo. Me paré de repente, como herido por un rayo o como si hubiese visto alguna aparición. Escuché, dirigí la vista alrededor mía, pero nada vi, no oí nada...» (Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe). «

«Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber, Yo y tú).

«Unido con sus semejantes por el más fuerte de todos los vínculos, el de un destino común, el hombre libre encuentra que siempre lo acompaña una nueva visión que proyecta sobre toda tarea cotidiana la luz del amor. La vida del hombre es una larga marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos pueden esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse mucho tiempo. Uno tras otro, a medida que avanzan, nuestros camaradas se alejan de nuestra vista, atrapados por las órdenes silenciosas de la muerte omnipotente. Muy breve es el lapso durante el cual podemos ayudarlos, en el que se decide su felicidad o su miseria. ¡Ojalá nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus penas con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un afecto que nunca se cansa, fortalecer su ánimo desfalleciente, inspirarles fe en horas de desesperanza» (Bertrand Russell, Misticismo y lógica).

«Nunca hubo adepto de la virtud y enemigo del placer tan triste y tan rígido como para predicar las vigilias, los trabajos y las austeridades sin ordenar, al mismo tiempo, dedicarse con todas sus fuerzas a aliviar la pobreza y la miseria de los otros. Todos estiman que incluso hay que glorificar, con el título de humanidad, el hecho de que el hombre es para el hombre salvación y consuelo, puesto que es esencialmente "humano" -y ninguna virtud es tan propia del hombre como ésta- suavizar lo más posible las penas de los otros, hacer desaparecer la tristeza, devolver la alegría de vivir, es decir: el placer» (Tomás Moro, Utopía).

CUESTIONARIO

1.    Realiza un resumen.

2.    ¿Por qué, según Savater, la vida humana solo puede ser plenamente vivida en compañía de otros humanos?

3.    ¿Qué diferencia hay entre sobrevivir y vivir humanamente, y cómo se relaciona esto con la historia de Robinson Crusoe que menciona el autor?

4.    ¿En qué consiste tratar a las personas "humanamente" o "como personas"?

5.    ¿Qué significa "ponerse en el lugar del otro" y por qué es tan fundamental para la ética?

6.    ¿Qué diferencia existe entre un rival y un semejante, y cómo se aplica esta distinción en el contexto del capítulo?

EL JUDAISMO, Taller 6

TALLER 6

 EL JUDAISMO
Vea el video: https://www.youtube.com/watch?v=_ReXiLUZ7vk
Responda el cuestionario explicando sus respuestas
1.    ¿Quién es considerado el patriarca fundador del pueblo judío, con quien se cree que Dios hizo un pacto?
2.    ¿Qué evento fundamental en la historia del judaísmo se narra en el Libro del Éxodo, liderado por Moisés?
3.    ¿Qué rey israelita es conocido por haber unificado las tribus y haber establecido Jerusalén como la capital de un reino unido?
4.    Tras la muerte del rey Salomón, el reino unido de Israel se dividió. ¿Cómo se llamaron los dos reinos resultantes?
5.     ¿Qué potencia conquistó el Reino de Judá y llevó a gran parte de su población al exilio en el año 586 a.C.?
6.     ¿Qué rey persa permitió a los judíos exiliados regresar a Jerusalén y reconstruir su Templo, marcando el fin del exilio babilónico?
7.    ¿Qué importante texto religioso se compiló y redactó en gran medida durante el período del Segundo Templo?
8.    ¿Quién lideró una exitosa revuelta contra el Imperio seléucida en el siglo II a.C., resultando en la independencia judía por un tiempo?
9.    ¿Qué evento histórico, que tuvo lugar en el año 70 d.C., es considerado un punto de inflexión que marcó el inicio de la era rabínica y la diáspora judía de forma masiva?
10. ¿Qué importante texto de la ley oral judía fue finalizado alrededor del año 200 d.C. bajo la dirección de Rabí Yehudá Hanasí?
11. ¿En qué región floreció la cultura judía sefardí durante la Edad Media, creando un período conocido como la 'Edad de Oro'?
12. ¿Qué evento histórico obligó a los judíos a convertirse al catolicismo o a abandonar la Península Ibérica en 1492?
13. ¿Cuál de las siguientes es una de las principales ramas del judaísmo que surgió en la modernidad, enfatizando la adaptación a la sociedad secular y el uso de la crítica histórica de los textos religiosos?
14. ¿Qué movimiento político-nacionalista del siglo XIX buscó el establecimiento de un estado judío en la Tierra de Israel?
15. ¿Cuál de los siguientes eventos se considera el momento más oscuro y trágico en la historia del pueblo judío?
16. Tras el Holocausto, ¿qué evento histórico-político crucial tuvo lugar en 1948, cumpliendo el sueño sionista?
17. ¿Cuál es el nombre del lugar de culto y asamblea judía que se convirtió en el centro de la vida religiosa y social tras la destrucción del Templo?
18. ¿Cuál de los siguientes es un libro sagrado del judaísmo que contiene la ley oral y es un pilar del judaísmo rabínico?
19. ¿Qué periodo de la historia judía se caracterizó por la emancipación y la integración en las sociedades occidentales, al tiempo que surgían nuevas ramas religiosas?
20. ¿Qué figura es considerada la fundadora del judaísmo jasídico, un movimiento que enfatiza la alegría, la espiritualidad y la relación personal con Dios?
21. ¿Qué evento, que se conmemora en la festividad de Purim, narra la historia del rescate de los judíos de un complot de exterminio en el Imperio Persa?
22. ¿Qué nombre se da a la dispersión de las comunidades judías fuera de la Tierra de Israel?
23. ¿Cómo se llama la ley judía tradicional, que se basa en la Torá (ley escrita) y el Talmud (ley oral)?
24. ¿Cuál de los siguientes no es un libro de la Torá?
25. Durante el período del Segundo Templo, ¿cuál de los siguientes grupos religiosos no era una secta importante en el judaísmo?