ELECCIONES GENERALES, TALLER 10

 

TALLER 10

CAPÍTULO NOVENO

ELECCIONES GENERALES

Por todas partes te lo van a decir, de modo que no tendremos más remedio que hablar también un poco de ello. «¡La política es una vergüenza, una inmoralidad! ¡Los políticos no tienen ética!»: ¿a qué has oído repetir cosas así un millón de veces? Como primera norma, en estas cuestiones de las que venimos hablando, lo más prudente es desconfiar de quienes creen que su «santa» obligación consiste en lanzar siempre rayos y truenos morales contra la gente en general, sean los políticos, las mujeres, los judíos, los farmaceúticos o el pobre y simple ser humano tomado como especie. La ética, ya lo hemos dicho pero nunca viene mal repetirlo, no es un arma arrojadiza ni munición destinada a pegarle buenos cañonazos al prójimo en su Propia estima. Y mucho menos al prójimo en general, igual que si a los humanos nos hiciesen en serie como a los donuts. Para lo único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender elocuentemente al vecino; y lo único seguro que sabe la ética es que el vecino, tú, yo y los demás estamos todos hechos artesanalmente, de uno en uno, con amorosa diferencia. De modo que a quien nos ruge al oído: «i Todos los... (políticos, negros, capitalistas, australianos, bomberos, lo que se prefiera) son unos inmorales y no tienen ni pizca de ética!», se le puede responder amablemente: «Ocúpate de ti mismo, so capullo, que más te vale», o cosa parecida.

Ahora bien: ¿por qué tienen tan mala fama los políticos? A fin de cuentas, en una democracia políticos somos todos, directamente o por representación de otros. Lo más probable es que los políticos se nos parezcan mucho a quienes les votamos, quizá incluso demasiado; si fuesen muy distintos a nosotros, mucho peores o exageradamente mejores que el resto, seguro que no les elegiríamos para representarnos en el gobierno. Sólo los gobernantes que no llegan al poder por medio de elecciones generales (como los dictadores, los líderes religiosos o los reyes) basan su prestigio en que se les tenga por diferentes al común de los hombres. Corno son distintos a los demás (por su fuerza, por inspiración divina, por la familia a que pertenecen o por lo que sea) se consideran con derecho a mandar sin someterse a las urnas ni escuchar la opinión de cada uno de sus conciudadanos. Eso sí, asegurarán muy serios que el «verdadero» pueblo está con ellos, que la «calle» les apoya con tanto entusiasmo que no hace falta ni siquiera contar a sus partidarios para saber si son muchos o menos de muchos. En cambio, quienes desean alcanzar sus cargos por vía electoral procuran presentarse al público como gente corriente, muy «humanos», con las mismas aficiones, problemas y hasta pequeños vicios que la mayoría cuyo refrendo necesitan para gobernar. Por supuesto, ofrecen ideas para mejorar la gestión de la sociedad y se consideran capaces de ponerlas competentemente en práctica, pero son ideas que cualquiera debe poder comprender y discutir, así como tienen que aceptar también la posibilidad de ser sustituidos en sus puestos si no son tan competentes como dijeron o tan honrados como parecían. Entre esos políticos los habrá muy decentes y otros caraduras y aprovechados, como ocurre entre los bomberos, los profesores, los sastres, los futbolistas y cualquier otro gremio. Entonces, ¿de dónde viene su notoria mala fama?

Para empezar, ocupan lugares especialmente visibles en la sociedad y también privilegiados. Sus defectos son más públicos que los de las restantes personas; además, tienen más ocasiones de incurrir en pequeños o grandes abusos que la mayoría de los ciudadanos de a pie. El hecho de ser conocidos, envidiados e incluso temidos tampoco contribuye a que sean tratados con ecuanimidad. Las sociedades igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco caritativas con quienes escapan a la media por encima o por abajo: al que sobresale, apetece apedrearle; al que se va al fondo, se le pisa sin remordimiento. Por otra parte, los políticos suelen estar dispuestos a hacer más promesas de las que sabrían o querrían cumplir. Su clientela se lo exige: quien no exagera las posibilidades del futuro ante sus electores y hace mayor énfasis en las dificultades que en las ilusiones, pronto se queda solo. Jugamos a creernos que los políticos tienen poderes sobrehumanos y luego no les perdonamos la decepción inevitable que nos causan. Si confiásemos menos en ellos desde el principio, no tendríamos que aprender a desconfiar tanto de ellos más tarde. Aunque a fin de cuentas siempre es mejor que sean regulares, tontorrones y hasta algo «chorizos», como tú o como yo, mientras sea posible criticarles, controlarles y cesarles cada cierto tiempo; lo malo es cuando son «Jefes» perfectos a los cuales, como se suponen a sí mismos siempre en posesión de la verdad, no hay modo de mandarles a casa más que a tiros...

Dejemos en paz a los señores políticos, que bastantes jaleos provocan ya sin nuestra ayuda. Lo que a ti y a mí nos importa ahora es si la ética y la política tienen mucho que ver y cómo se relacionan. En cuanto a su finalidad, ambas parecen fundamentalmente emparentadas: ¿no se trata de vivir bien en los dos casos? La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie vive aislado (ya te he hablado de que tratar a nuestros semejantes humanamente es la base de la buena vida), cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política. Sería como empeñarse en estar cómodo en una casa pero sin querer saber nada de las goteras, las ratas, la falta de calefacción y los cimientos carcomidos que pueden hacer hundirse el edificio entero mientras dormimos...

Sin embargo, tampoco faltan las diferencias importantes entre ética y política. Para empezar, la ética se ocupa de lo que uno Mismo (tú, yo 0 cualquiera) hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la ética, lo importante es querer bien, porque no se trata más que de lo que cada cual hace porque quiere (no de lo que le pasa a uno quiera o no, ni de lo que hace a la fuerza). Para la política, en cambio, lo que cuentan son los resultados de las acciones, se hagan por lo que se hagan, y el político intentará presionar con los medios a su alcance -incluida la fuerza- para obtener ciertos resultados y evitar otros. Tomemos un caso trivial: el respeto a las indicaciones de los semáforos. Desde el punto de vista moral, lo positivo es querer respetar la luz roja (comprendiendo su utilidad general, Poniéndose en el lugar de otras personas que pueden resultar dañadas si yo infrinjo la norma, etc.); pero si el asunto se considera políticamente, lo que importa es que nadie se salte los semáforos, aunque no sea más que por miedo a la multa o a la cárcel. Para el político, todos los que respetan la luz roja son igualmente «buenos», lo hagan por miedo, por rutina, por superstición o por convencimiento racional de que debe ser respetada; a la ética, en cambio, sólo le merecen aprecio verdadero estos últimos, porque son los que entienden mejor el uso de la libertad. En una palabra, hay diferencia entre la pregunta ética que yo me hago a mí mismo (¿cómo quiero ser, sean como sean los demás?) y la preocupación política porque la mayoría funcione de la manera considerada más recomendable y armónica.

Detalle importante: la ética no puede esperar a la política. No hagas caso de quienes te digan que el mundo es políticamente invivible, que está peor que nunca, que nadie puede pretender llevar una buena vida (éticamente hablando) en una situación tan injusta, violenta y aberrante como la que vivimos. Eso mismo se ha asegurado en todas las épocas y con razón, porque las sociedades humanas nunca han sido nada «del otro mundo», como suele decirse, siempre han sido cosa de este mundo y por tanto llenas de defectos, de abusos, de crímenes. Pero en todas las épocas ha habido personas capaces de vivir bien o por lo menos empeñadas en intentar vivir bien. Cuando podían, colaboraban en mejorar la sociedad en la que les había tocado desenvolverse; si eso no les era posible, por lo menos no la empeoraban, lo cual la mayoría de las veces no es poco. Lucharon -y luchan también hoy, no te quepa duda- por que las relaciones humanas políticamente establecidas vayan siendo eso, más humanas (o sea, menos violentas y más justas); pero nunca han esperado a que todo a su alrededor sea perfecto y humano para aspirar a la perfección y a la verdadera humanidad. Quieren ser los primeros de la buena vida, los que arrastran a los demás, y no los últimos a la zaga de todos. Quizá las circunstancias no les permitan llevar más que una vida relativamente buena, peor de lo que ellos desean... Bueno, ¿y qué? ¿Serían más sensatos siendo malos del todo, para dar gusto a lo peor del mundo y disgusto a lo mejor de sí mismos? Si estás seguro de que entre los alimentos que se te ofrecen hay muchos que están adulterados o podridos, ¿intentarás mientras puedas comer cosas sanas, aun sabiendo que no por ello dejarán de existir venenos en el mercado, o te envenenarás cuanto antes para seguir la corriente mayoritaria? Ningún orden político es tan malo que en él ya nadie pueda ser ni medio bueno: por muy adversas que sean las circunstancias, la responsabilidad final de sus propios actos la tiene cada uno y lo demás son coartadas. Del mismo modo, también son ganas de esconder la cabeza bajo el ala los sueños de un orden político tan impecable (utopía, suelen llamarlo) que en él todo el mundo fuese «automáticamente» bueno porque las circunstancias no permitiesen cometer el mal. Por mucho mal que haya suelto, siempre habrá bien para quien quiera bien; por mucho bien que hayamos logrado instalar públicamente, el mal siempre estará al alcance de quien quiera mal. ¿Te acuerdas? A esto le venimos llamando «libertad» hace ya no poco rato...

Desde un punto de vista ético, es decir, desde la perspectiva de, lo que conviene para la vida buena, ¿cómo será la organización política preferible, aquella que hay que esforzarse por conseguir y defender? Si repasas un poco lo que hemos venido diciendo hasta aquí (temo, ay, que el rollo vaya siendo demasiado largo para que te acuerdes de todo) ciertos aspectos de ese ideal se te ocurrirán en cuanto reflexiones con atención sobre el asunto:

a) Como todo el proyecto ético parte de la libertad, sin la cual no hay vida buena que valga, el sistema político deseable tendrá que respetar al máximo -o limitar mínimamente, como prefieras las facetas públicas de la libertad humana: la libertad de reunirse o de separarse de otros, la de expresar las opiniones y la de inventar belleza o ciencia, la de trabajar de acuerdo con la propia vocación o interés, la de intervenir en los asuntos públicos, la de trasladarse o instalarse en un lugar, la libertad de elegir los propios goces de cuerpo y de alma, etc. Abstenerse dictaduras, sobre todo las que son «por nuestro bien» (o por «el bien común», que viene a ser lo mismo). Nuestro mayor bien -particular o común- es ser libres. Desde luego, un régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones y omisiones de cada uno (digo omisiones porque a veces se hace también no haciendo). Por regla general, cuanto menos responsable resulte cada cual de sus méritos o fechorías (y se diga, por ejemplo, que son fruto de la «historia», la ««sociedad establecida», las «reacciones químicas del organismo», la «propaganda», el demonio» o cosas así) menos libertad se está dispuesto a concederle. En los sistemas políticos en que los individuos nunca son del todo «responsables», tampoco suelen serlo los gobernantes, que siempre actúan movidos por las «necesidades» históricas o los imperativos de la «razón de Estado». ¡Cuidado con los políticos para quien todo el mundo es «víctima» de las circunstancias... o «culpable» de ellas!

b) Principio básico de la vida buena, como ya hemos visto, es tratar a las personas como a personas, es decir: ser capaces de ponernos en el lugar de nuestros semejantes y de relativizar nuestros intereses para armonizarlos con los suyos. Si prefieres decirlo de otro modo, se trata de aprender a considerar los intereses del otro como si fuesen tuyos y los tuyos como si fuesen de otro. A esta virtud se le llama justicia y no puede haber régimen político decente que no pretenda, por medio de leyes e instituciones, fomentar la justicia entre los miembros de la sociedad. La única razón para limitar la libertad de los individuos cuando sea indispensable hacerlo es impedir, incluso por la fuerza si no hubiera otra manera, que traten a sus semejantes como si no lo fueran, o sea que los traten como a juguetes, a bestias de carga, a simples herramientas, a seres inferiores, etc. A la condición que puede exigir cada humano de ser tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, color de piel, ideas o gustos, etc., se le llama dignidad. Y fíjate qué curioso: aunque la dignidad es lo que tenemos todos los humanos en común, es precisamente lo que sirve para reconocer a cada cual como único e irrepetible. Las cosas pueden ser «cambiadas» unas por otras, se las puede «sustituir» por otras parecidas o mejores, en una palabra: tienen su «precio» (el dinero suele servir para facilitar estos intercambios, midiéndolas todas por un mismo rasero). Dejemos de lado por el momento que ciertas «cosas» estén tan vinculadas a las condiciones de la existencia humana que resulten insustituibles y por lo tanto «que no puedan ser compradas ni por todo el oro del mundo», como pasa con ciertas obras de arte o ciertos aspectos de la naturaleza. Pues bien, todo ser humano tiene dignidad y no precio, es decir, no puede ser sustituido ni se le debe maltratar con el fin de beneficiar a otro. Cuando digo que no puede ser sustituido, no me refiero a la función que realiza (un carpintero puede sustituir en su trabajo a otro carpintero) sino a su personalidad propia, a lo que verdaderamente es; cuando hablo de «maltratar» quiero decir que, ni siquiera si se le castiga de acuerdo a la ley o se le tiene políticamente como enemigo, deja de ser acreedor a unos miramientos y a un respeto. Hasta en la guerra, que es el mayor fracaso del intento de «buena vida» en común de los hombres, hay comportamientos que suponen un crimen mayor que el propio crimen organizado que la guerra representa. Es la dignidad humana lo que nos hace a todos semejantes justamente porque certifica que cada cual es único, no intercambiable y con los mismos derechos al reconocimiento social que cualquier otro.

c) La experiencia de la vida nos revela en carne propia, incluso a los más afortunados, la realidad del sufrimiento. Tomarse al otro en serio, poniéndonos en su lugar, consiste no sólo en reconocer su dignidad de semejante sino también en simpatizar con sus dolores, con las desdichas que por error propio, accidente fortuito o necesidad biológica le afligen, como antes o después pueden afligimos a todos. Enfermedades, vejez, debilidad insuperable, abandono, trastorno emocional o mental, pérdida de lo más querido o de lo más imprescindible, amenazas y agresiones violentas por parte de los más fuertes o de los menos escrupulosos... Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse a sí mismos. Lo difícil es lograr que esta asistencia no se haga a costa de la libertad y la dignidad de la persona. A veces el Estado, con el pretexto de ayudar a los inválidos, termina por tratar como si fuesen inválidos a toda la población. Las desdichas nos ponen en manos de los demás y aumentan el poder colectivo sobre el individuo: es muy importante esforzarse porque ese poder no se emplee más que para remediar carencias y debilidades, no para perpetuarlas bajo anestesia en nombre de una «compasión» autoritaria.

Quien desee la vida buena para sí mismo, de acuerdo al proyecto ético, tiene también que desear que la comunidad política de los hombres se base en la libertad, la justicia y la asistencia.

La democracia moderna ha intentado a lo largo de los dos últimos siglos establecer (primero en la teoría y poco a poco en la práctica) esas exigencias mínimas que debe cumplir la sociedad política: son los llamados derechos humanos cuya lista todavía es hoy, para nuestra vergüenza colectiva, un catálogo de buenos propósitos más que de logros efectivos. Insistir en reivindicarlos al completo, en todas partes y para todos, no unos cuantos y sólo para unos cuantos, sigue siendo la única empresa política de la que la ética no puede desentenderse. Respecto a que la etiqueta que vayas a llevar en la solapa mientras tanto haya de ser de «derechas», de «izquierdas», de «centro» o de lo que sea... bueno, tú verás, porque yo paso bastante de esa nomenclatura algo anticuada.

Lo que sí me parece evidente es que muchos de los problemas que hoy se nos presentan a los cinco mil millones de seres humanos que atiborramos el planeta (y el censo sigue, ay, en aumento) no pueden ser resueltos, ni siquiera bien planteados, más que de forma global para todo el mundo. Piensa en el hambre, que hace morir todavía a tantísimos millones de personas, o el subdesarrollo económico y educativo de muchos países, o la pervivencia de sistemas políticos brutales que oprimen sin remilgos a su población y amenazan a sus vecinos, o el derroche de dinero y ciencia en armamentos, o la simple y llana miseria de demasiada gente incluso en naciones ricas, etc. Creo que la actual fragmentación política del mundo (de un mundo ya unificado por la interdependencia económica y la universalización de las comunicaciones) no hace más que perpetuar estas lacras y entorpecer las soluciones que se proponen. Otro ejemplo: el militarismo, la inversión frenética en armamento de recursos que podrían resolver la mayoría de las carencias que hoy se padecen en el mundo, el cultivo de la guerra agresiva (arte inmoral de suprimir al otro en lugar de intentar ponerse en su lugar) ... ¿Crees tú que hay otro modo de acabar con esa locura que no sea el establecimiento de una autoridad a escala mundial con fuerza suficiente para disuadir a cualquier grupo de la afición a jugar a batallitas? Por último, antes te decía que algunas cosas no son sustituibles como lo son otras: esta «cosa» en que vivimos, el planeta Tierra, con su equilibrio vegetal y animal, no parece que tenga sustituto a mano ni que sea posible «comprarnos» otro mundo si por afán de lucro o por estupidez destruimos éste. Pues bien, la Tierra no es un conjunto de parches ni de parcelas: mantenerla habitable y hermosa es una tarea que sólo puede ser asumida por los hombres en cuanto comunidad mundial, no desde el ventajismo miope de unos contra otros.

A lo que voy: cuanto favorece la organización de los hombres de acuerdo con su pertenencia a la humanidad y no por su pertenencia a tribus, me parece en principio políticamente interesante. La diversidad de formas de vida es algo esencial (¡imagínate qué aburrimiento si faltase!) pero siempre que haya unas pautas mínimas de tolerancia entre ellas y que ciertas cuestiones reúnan los esfuerzos de todos. Si no, lo que conseguiremos es una diversidad de crímenes y no de culturas. Por ello te confieso que aborrezco las doctrinas que enfrentan sin remedio a unos hombres con otros: el racismo, que clasifica a las personas en primera, segunda o tercera clase de acuerdo con fantasías pseudocientíficas; los nacionalismos feroces, que consideran que el individuo no es nada y la identidad colectiva lo es todo; las ideologías fanáticas, religiosas o civiles, incapaces de respetar el pacífico conflicto entre opiniones, que exigen a todo el mundo creer y respetar lo que ellas consideran la «verdad» y sólo eso, etc. Pero no quiero ahora empezar a darte la paliza política ni contarte mis puntos de vista sobre todo lo divino y lo humano. En este último capítulo sólo he pretendido señalarte que hay exigencias políticas que ninguna persona que quiera vivir bien puede dejar de tener. Del resto ya hablaremos... En otro libro.

Vete leyendo...

«No el Hombre, sino los hombres habitan este planeta. La pluralidad es la ley de la

Tierra» (Hanna Arendt, La vida del espíritu).

Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsaría de mi espíritu.

Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria, intentaría «olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría como un crimen, porque soy necesariamente hombre mientras que no soy francés más que por casualidad» (Montesquieu).

«Aunque los estados observasen los pactos entre ellos perfectamente, es lamentable que el uso de ratificarlo todo por un juramento religioso haya entrado en las costumbres -como si dos pueblos separados por un ligero espacio, solamente por una colina o por un río, no estuviesen unidos por lazos sociales fundados en la propia naturaleza- pues esta práctica hace creer a los hombres que han nacido para ser adversarios o enemigos, y que tienen el deber de trabajar en su perdición recíproca, a menos que se lo impidan los tratados. ( ... ). Por el contrario, nadie debería ser tenido por enemigo, si no hubiese causado un daño real. La comunidad de naturaleza es el mejor de los tratados y los hombres están más íntima y más fuertemente unidos por la voluntad de hacerse recíprocamente el bien que por los pactos, más vinculados por el corazón que por las palabras» (Tomás Moro, Utopía).

 

CUESTIONARIO

1.    ¿Cuál es el objetivo común que, según Savater, comparten la ética y la política, aunque aborden la cuestión desde ángulos distintos?

A.   Lograr la 'buena vida'.

B.   Garantizar la justicia social para todos.

C.   Establecer las leyes fundamentales de la sociedad.

D.   Coordinar las libertades de los ciudadanos.

2.    ¿Cuál es la principal diferencia de enfoque entre la ética y la política, según el capítulo?

A.   La ética se centra en los resultados de las acciones; la política, en las intenciones.

B.   La ética se aplica a los adultos; la política, a los jóvenes.

C.   La ética se ocupa de la libertad individual; la política, de coordinar las libertades en sociedad.

D.   La ética se ocupa de las costumbres; la política, de los caprichos.

 

3.    Según Savater, ¿por qué los políticos suelen tener 'mala fama' en una democracia?

A.   Porque sus defectos son más visibles y ocupan cargos de gran importancia.

B.   Porque la política siempre es inmoral y carece de principios éticos.

C.   Porque son inherentemente menos éticos que el resto de la población.

D.   Porque no son elegidos directamente por los ciudadanos.

 

4.    ¿Cuál es la actitud que, de acuerdo con el texto, no debe tener la persona con preocupación ética respecto a la política?

A.   Ser escéptico ante las promesas electorales.

B.   Votar por el candidato que más se le parezca.

C.   Criticar los defectos de sus representantes.

D.   Desentenderse olímpicamente de ella.

 

5.    Según Savater, ¿a qué se llama dignidad?

A.   A la condición que puede exigir cada humano de ser tratado como semejante a los demás.

B.   Al privilegio de poder votar en elecciones generales.

C.   Al valor que se le otorga a un individuo por sus grandes logros morales.

D.   Al respeto ganado por tener un alto cargo político.

 

6.    El autor critica ciertas doctrinas que considera 'aborrecibles'. ¿Cuál de las siguientes es un ejemplo de estas doctrinas?

A.   El absolutismo monárquico.

B.   El hedonismo o la búsqueda del placer.

C.   El individualismo extremo.

D.   El fanatismo ideológico (ya sea religioso o civil).

 

7.    En el contexto de la política, ¿cuál es una de las exigencias mínimas que Savater señala para un régimen político decente?

A.   Asegurar que todos los ciudadanos piensen igual.

B.   Fomentar la justicia y la asistencia a quienes sufren.

 

C.   Establecer la igualdad económica absoluta.

D.   Garantizar la perfección moral de sus ciudadanos.

 

8.    ¿Qué implicación ética tiene la afirmación de que 'la pluralidad es la ley de la tierra'?

A.   La ética solo funciona si todos los individuos tienen la misma opinión.

B.   Debemos respetar a quienes tienen ideas políticas, creencias o gustos diferentes a los nuestros.

C.   El individuo puede vivir bien sin necesidad de la sociedad.

D.   La ética debe esperar a que el orden político se establezca antes de actuar.

 

9.    ¿Por qué el autor subraya que 'la ética no puede esperar a la política'?

A.   Porque la política siempre es corrupta y no tiene remedio.

B.   Porque, sin importar las circunstancias, la responsabilidad de los actos es individual y no puede aplazarse.

C.   Porque las elecciones generales ocurren solo cada cuatro años.

D.   Porque el buen político siempre es primero una persona ética.

 

10. En el contexto de la relación Ética-Política, ¿cuál de los siguientes elementos es más importante para la Política que para la Ética?

A.   Querer bien o tener buena voluntad.

B.   Los resultados de las acciones, sin importar el motivo.

C.   La libertad para decidir las propias acciones.

D.   La búsqueda de un 'sano egoísmo'.

 

11.  Realiza un resumen del capítulo.

 

6. La comprensión dialéctica del ser. Taller 6

 TALLER 6

6. La comprensión dialéctica del ser

La com-prensión pro-yectiva existencial del ser como poder-ser ad-viniente no es intuición eidética ni concepto. Se trata, en cambio, de una com-prensión dialéctica por la que el hombre se abre al mundo como tal, en su siempre fuyente posición. El término dialéctica no debe hacernos caer en equívocos, y por ello debemos ocuparnos de clarificar su sentido.

Dia-léctica, etimológicamente, significa "co-lección" o "com-prensión que pasa a través de", o "reunión por mediación de la cual". De todas maneras, se trata de un ir-hacia cruzando o atravesando algo abarcante. Día indica ese movimiento trascendental; légein el recoger, reunir, comprender, abarcar.

No se piense sin embargo que tomamos la dialéctica en el sentido kantiano. Kant decía que "hemos dado antes a la dialéctica la denominación de lógica de la apariencia (Schein)" El filósofo de Königsberg distingue claramente entre la mostración sensible (Erscheinung) y la apariencia o ilusión (Schein). El ámbito de la dialéctica trascendental no es otro que el de las ideas de la razón pura que procede, en cuanto a los primeros principios de las posibles cadenas de razonamientos, por paralogismos o antinomias —unas externas y opuestas a las otras— que dejan sumida a la misma razón en la mayor incertidumbre teórica. Por la dialéctica de la razón pura práctica se alcanza algún conocimiento del último horizonte noumenal o de lo en-sí, pero por convicción subjetiva con fundamento objetivo, es decir, con fe racional. El horizonte indicado por la dialéctica es un supuesto que está más allá del orden del saber ético-filosófico. Para nosotros la no-conceptualidad del com-prender no es sin embargo una fe.

 Para Hegel, por su parte, la dialéctica es el movimiento que parte siempre de la unidad inmediata del concepto en sí, al cual se le antepone otro concepto opuesto, para alcanzar la conciliación en una nueva unidad por asunción (Aufhebung) de los dichos opuestos. Es decir, desde el nivel del entendimiento abstracto se pasa al de la negación por reflexión, para llegar por último a la mediación racional positiva (a la negación de negación). El proceso es conceptual, en definitiva, intuición especulativa.

El mundo en cuanto tal, en cambio, no puede ser objeto, es inobjetivable, y por ello no es posible conceptualizarlo, es decir, la conceptualización no es sino una expresión (momento de la interpretación) de lo que a la mano nos hace frente ya dentro del mundo. Mal podría conceptualizarse el mundo si la conceptualización es posible sólo mediante su fundamental pre-posición. Es por ello que se nos habla de una: "comprensión pre-conceptual del ser". No puede ser de otra manera. Del mundo no puede haber tampoco intuición especulativa o saber absoluto. La comprensión del ser es lo supremamente inteligible, tanto por la actualidad del comprensor como por lo comprendido, y sin embargo no es intuición pura ni eidética, ni conceptualización; es un momento distinto, que, por evitar equívocos y denominarlo aproximadamente, lo llamaremos: com-prensión dia-léctica, actualidad primerísima.

El mismo Karl Jaspers nos sugiere esta cuestión con el nombre de "lo envolvente", ya que el proceso de la comprensibilidad cuenta siempre con un límite al que sin embargo puede englobar en el futuro: "Lo incomprensible como el origen de lo comprensible es más que comprensible, es lo que llega a ser comprensible, lo que se ilumina cuando es captado desde lo incondicionado de la existencia".

Históricamente es Husserl quien abre el camino a nuestra problemática. El mundo es el horizonte ya dado en toda experiencia, y por ello se trata de una actuante (fungierende) presencia que de manera anónima da a todo ser y sentido. Pero ese horizonte o esa esencial manera humana de estar dentro de un horizonte (esta horizontalidad, Horizonthaftigkeit) tiene diversos niveles y tipos: el mundo cotidiano (Alltagswelt), el mundo externo (die äussere Lebensumwelt), el último horizonte del mundo en cuanto tal; el pago o mundo familiar (Heimwelt) o el extraño (Fremdwelt); etc. Evidentemente, para Husserl, estos horizontes debían por su parte ser asumidos en la intersubjetividad y, en último término, es la historia universal, que por su progreso teleológico había llegado en el siglo XX, por vez primera, a un ritmo unitario.

"Históricamente lo primero en sí es nuestro presente. Nosotros sabemos siempre ya acerca de nuestro mundo presente y sabemos que vivimos en él, circundados de un horizonte siempre abierto e infinito (offen endlosen) de realidades desconocidas.

Este saber cómo certeza del horizonte (Horizontgewissheit) no es un saber aprendido expreso, que haya estado alguna vez en estado actual, y que hubiera después sido puesto como fondo en el pasado... Todo lo no-sabido concierne al mundo desconocido, que con respecto a nosotros está ya dado como mundo, como horizonte de todas nuestras preguntas". Husserl ha planteado, en su esencia, la cuestión dialéctica: el horizonte más próximo nos abre hacia el más lejano, ya que hay como un movimiento que va hacia lo desconocido, horizonte siempre abierto e infinitamente abarcante. Dejando de lado lo que tenga de subjetivismo esta doctrina, expliquemos ahora lo que significa una com-presión dia-léctica existencial.

El hombre, en la posición cotidiana, se encuentra ya siempre en el mundo al que com-prende por su apertura primera. El horizonte de su mundo es en último término su poder-ser ad-viniente. El poder-ser "futuro" no está dado, sino que se-va-dando por el proceso de totalización nunca totalizado en una inmediatez absoluta. Es decir, el poder-ser al ad-venir es ya el ser-dado o fáctico, lo que nos indica que el poder-ser "ha huido" (fuyente) nuevamente hacia un más allá (día-) desde el cual nuevamente se com-prende (-légein) como renovado e histórico poder-ser. El hombre no tiene una com-prensión estática de sí mismo, sino ex-stática; nunca termina de com-pren-derse en un último-horizonte-ya-dado. Por definición, el poder-

ser ad-viniente nunca está dado y por ello el ser siempre "futuro" le es esencial. Ser "futuro", como presencia-ausente del momento fundamental de la temporalidad, es estar siempre más-allá. Pero ese siempre más-allá (trascendencia o ex-stasis histórico) es el último horizonte siempre fluyente y sin embargo com-prendido. La com-prensión del horizonte fluyen-te, dentro del cual todo me hace frente, es dia-léctica. "La dialéctica... es por ello mismo el desarrollo de la prâxis". El pasaje de lo oculto a la mostración es un proceso fenomenológico; la manifestación de algo comprendido "como algo" es la hermenéutica o interpretación; ambos movimientos son dialécticos y quedan incluidos en uno más abarcante, fundamental y definido: la com-prensión dia-léctica existencial es el modo cotidiano óntico (implícitamente ontológico) por el que el hombre se abre a su último horizonte. Es el despliegue mismo y fundamental de la prâxis. Esta primerísima y fuyente apertura no debe confundírsela con otros tipos de conocimiento.

La com-prensión dialéctica no es el "conocimiento" del racionalismo o idealismo objetualizante. El horizonte es transobjetivo por esencia, es inobjetivable. Está más allá de la conciencia y autoconciencia de Hegel, pero no cae en la pretensión de su razón. Por ello mismo no es un conocimiento como lo interpreta el intelectualismo conceptivo: el horizonte fuyente es inconceptualizable; no es una cosa, no es universal en cuanto abstracto, es universal en cuanto trascendental (y trascendental en cuanto está más allá de todo ente y no en el sentido kantiano del orden objetual transempírico). Pero tampoco debe confundírselo con un irracionalismo voluntarista; esta com-prensión no es un ciego querer. Ni siquiera es una intuición estimativa (Fühlen de Scheler) ni eidético esencial, porque la esencia de una cosa puede ser comprendida (comprensión en su sentido derivado) desde el horizonte trascendental de lo inteligible como tal. No debe confundírsela tampoco con una dialéctica temática o pensada, la posición de la ciencia o la filosofía. La dialéctica com-prensiva existencial es el modo primero y cotidiano como el hombre vive su mundo y se abre a él. La com-prensión fundamental es pre-conceptual; no es estática, a partir de un horizonte dado de una vez para siempre, sino dinámica: es una comprensión en proceso de totalización ad infinitum. Es com-prensión universal, trascendental y concreta (no abstracta). Se trata de un acto supremo de la inteligencia, lo máximamente inteligible, el lumen intellectus agentis, el noûs aristotélico visto con ojos que saben admirarse al proponerse un tema desusual a la interpretación tradicional.

La cuestión es ahora mostrar como el "movimiento regresivo de la experiencia nos hace descubrir la inteligibilidad de las estructuras prácticas y la relación dialéctica que une entre ellas a las diferentes formas de la multiplicidad activa". Toda la prâxis, en sus aparentes contradicciones y multiplicidad, nos indica sin embargo una idéntica estructura y un fundamento, que se descubre en el mismo proceso dialéctico de la com-prensión cotidiana, ya que se remonta de los horizontes más próximos, de los "todos parciales", hacia los horizontes más alejados de "todos totales" (el último de los cuales, como veremos, es el poder-ser ad-viniente de la historia de la humanidad como tal). Debemos nuevamente indicar una diferencia entre el pensar dialéctico y el com-prender cotidiano dialéctico. "El pensar dialéctico va de lo concreto a lo concreto, pasando por lo abstracto, de la síntesis a la síntesis, pasando por el análisis de las determinaciones, del todo global al todo global pasando por todos parciales". La com-pren-sión dialéctica existencial, en cambio, pasa directamente del horizonte concreto al horizonte trascendental concreto sin necesidad de alejarse por un análisis abstractivo del pensar. "No puedo ver —nos dice Jolif— una caja de fósforos: sin ver también sus conjuntos sucesivos que la engloban, unos en otros, y que la sostienen en el ser. Este englobamiento no es operado arbitrariamente por mi espíritu, es como una cualidad de la cosa misma, la veo y la siento: no es lo mismo ver la caja como un todo [abstracto] que como un elemento de un todo más global... Todo campo de experiencia es así, a la vez, un todo y un elemento de otro todo... Captar un objeto, por ejemplo, la caja de fósforos, aislándola de los todos en los que está progresivamente integrada a título de elemento, de elemento del elemento, etc., es impedirme de comprenderla tal como se me ofrece, es pensarla como un concepto estático, que no da cuenta de la cosa real". Aislarla es, justamente, sacarla de la movilidad fluyente de la com-prensión dialéctica para simplemente hacerla objeto de una conceptualización abstracta. En la cotidianidad lo a la mano está siempre integrado en horizontes concéntricos plenos de vigencia (fungierende), con respecto a los cuales me comporto atemáticamente, siéndolos, en la apertura de la com-prensión dialéctica, es decir, com-prensión que se mueve progresivamente hasta los últimos horizontes (el poder-ser-ad-viniente, no sólo mío sino nuestro, y no sólo presente sino el "futuro" histórico que en último término es el de la humanidad) por mediación de los horizontes concéntricos intermedios. Se da esta com-prensión dia-léctica como una Diremtion o Vermittlung, mediación que se mueve, ascendiendo y descendiendo, desde lo más trascendental y abarcante (comprensivo) hasta lo individualmente concreto: la cosa que me hace frente a la mano dentro del mundo cotidiano. Por ello aún la esencia de la cosa concreta "muy lejos de ser inmediata es plenitud de una sucesión de momentos que constituyen su génesis". Lo que la experiencia cotidiana totaliza (nunca del todo), el pensar o la conceptualización deberá analíticamente destotalizar. Existencialmente es desde el mundo como poder-ser ad-viniente histórico-universal desde donde comprendemos lo que nos hace frente, pasando dialécticamente de horizonte en horizonte hasta captar a la cosa concreta. Temáticamente podemos después ascender analíticamente dichos horizontes, movimiento "regresivo" del que nos habla Sartre, igualmente dialéctico. Por ello la prâxis se desarrolla sobre un proceso dialéctico-comprensivo y el mismo pensar es, metódicamente como veremos, dialéctico analítico, ontológico explícito, aunque en este último caso igualmente conceptivo.

Tomemos un ejemplo para analizar ahora, resumidamente, la cuestión de los diversos horizontes concéntricos y fuyentes de la comprensión dialéctica cotidiana, Sartre nos dice que el marxismo ortodoxo ha planteado mal la cuestión dialéctica porque de que "Valery sea un intelectual pequeño burgués no hay duda; pero todo intelectual pequeño burgués no es Valery...El marxismo sitúa, pero no descubre nunca nada". La cuestión es saber de qué manera existencial, cotidiana o concreta "pertenecía a la burguesía". En el caso de Flaubert, "pertenecía a la burguesía porque había nacido en una familia ya burguesa cuyo jefe, cirujano de Rouen, había ascendido por el movimiento de su clase. Si él razona, si siente como burgués, es porque tal se hacía en una época en la que no se podía de otra manera comprender los gestos y las funciones que se le imponían. Como todas las familias, aquella era una familia particular: su madre era noble, su padre era hijo de un veterinario de pueblo, su hermano mayor, el que tenía más capacidades, había sido detestado desde su infancia. Es entonces a través de la particularidad de una historia, con contradicciones propias de esta familia, que Gustavo Flaubert hizo oscuramente el aprendizaje de su clase. El azar no existe o al menos no como se cree: el niño llegó a ser tal o cual porque vivió el universal como particular. Vivió como particular el conflicto entre la pompa religiosa de un régimen monárquico que pretendía renacer y la irreligión de su padre, pequeño burgués intelectual e hijo de la Revolución francesa. Tomado universalmente, este conflicto significaba la lucha de los antiguos terratenientes contra los usurpadores de los bienes nacionales y contra la burguesía industrial". Los ejemplos podrían ser numerosos como los hombres que hay sobre la tierra y los que ha habido. Analicemos ahora un poco lo que esto nos manifiesta.

En primer lugar, podemos ver cómo cada hombre, siendo en su mundo, emplaza su poder-ser desde su facticidad. El cómo "me pueda com-prender poder-ser pro-yectivo y ad-viniente" queda fijado por el cómo "ya-soy como pasado": la facticidad da entonces a la trascendencia una cierta dirección. De esta manera los círculos constitutivos de la facticidad se prolongan en horizontes pro-yectivos ad-vinientes. Por el hecho (facticidad) de que Flaubert pertenecía a tal familia (círculo constitutivo de su ya-sido) es que podrá com-prenderse como poder-ser de esta manera (horizonte trascendente desde el cual Flaubert comprende interpretativamente las posibilidades que se le presentan a diario, condicionado entonces por haber nacido en tal familia de pequeños burgueses).

En segundo lugar, los círculos constitutivos de la facticidad (que incluyen la constitución real y el pasado mundano mío y los horizontes pro-yectivos del ad-venimiento van siendo incluidos unos en otros, desde los más estrechos, hasta el último y más trascendental: desde la mismidad (que incluye, como hemos dicho, la estructura morfológica animal y física, la raza y el temperamento: constitución en el sentido biológico o psicológico), pasando por los grupos del ser-con-otros, hasta llegar a la cultura (como grupo adecuado de comprensibilidad que incluye muchos pueblos pero un solo sistema de útiles, de significatividad), y la totalidad de la humanidad en un presente dado. Estas serían las estructuras ontológicas, que la sociología, por ejemplo, puede estudiar a un nivel óntico estructural presente, de una época. Mi familia, mi pueblo, mi nación, mi grupo geográfico-cultural (América latina), mi humanidad presente son algunos de los círculos concéntricos de la facticidad, porque "la persona vive y conoce más o menos claramente su condición a través de su pertenencia a los grupos". Se trata entonces de las notas esenciales o adventicias constitutivas, constituyentes y constituidas del ser del hombre que sirven de punto de partida factual a la pro-yección de los horizontes del poder-ser. El condicionamiento factual (real y cultural) es asumido en la com-prensión del ser y vivido como mundo. Por ello el haber nacido en una familia concreta significa no sólo un condicionamiento factual, sino igualmente un cierto modo de pro-yección del poder-ser ad-viniente; lo mismo debe decirse del grupo, de la nación, de las culturas, de las épocas de la humanidad. Cada hombre se com-prende, entonces, dia-lécticamente en el sentido que cada útil que a la mano se le presenta dentro de su mundo, es inmediatamente remitido, por un movimiento desapercibido pero no por ello menos vigente, de uno a otro de los horizontes com-prensivos, cobrando así una significación y un sentido determinado por esos horizontes com-prensivos. El hombre integra y remite la totalidad-parcial que sirve de fondo a la comprensión de algo que se le presenta (al cual horizonte parcial fue primeramente remitida la cosa presente) a una Totalidad-total sin embargo nunca del todo totalizada. Es que, si como hemos dicho, el hombre es esencialmente in-clauso, poder-ser, dynatós, ningún horizonte puede ser el último.

En tercer lugar, y por todo ello, dentro ya de la temporalidad como historicidad, el hombre tiene de sí mismo (en tanto uno y en tanto nosotros) una "comprensión dialéctica de la historia, que no permite elaborar un sistema especulativo, y que no conduce tampoco a una visión escatológica, a una anticipación conceptual del porvenir", simplemente, porque dicha comprensión no es nunca conceptual sino dinámicamente dialéctica. Es decir, el último horizonte es siempre el poder-ser ad--viniente ("futuro": lo que me com-prendo ahora poder-ser, en el por-venir) que se da en la com-prensión dia-léctica como movimiento de totalización histórica, historia que nunca termina, sino en el caso de cada uno (con su muerte), en la humanidad como historia universal. De esta manera la comprensión del ser, que al comienzo pudo parecer sumamente abstracta, ha terminado por ser, nada menos, la concretísima y supremamente apertura del hombre a su propio ser en la modalidad de poder-ser ad-viniente e histórico de la humanidad como historia universal. El ser humano sitúa entonces siempre e inevitablemente, de alguna manera, su propio ser en el seno de la totalidad humana: el ser es decisivamente el ad-veni-miento de la humanidad en la historia universal.

A modo de conclusión de este capítulo primero, podemos simplemente repetir lo ya dicho en el curso de la exposición. El fundamento a priori de la ética y de la misma prâxis cotidiana es el ser del hombre com-prendido dia-léctica, existencial y pro-yectivamente, principalmente como poder-ser ad-vinien-te, que en su último horizonte es el télos mismo de la humanidad como historia universal. Esta es la perfectio o el llegar a ser lo que se puede-ser. Pero es más. Ese ser como poder-ser ad-viniente, com-prendido dia-lécticamente en posición existencial, es idénticamente el deber-ser. El idealismo ha separado, en su desquicio, el ser del deber-ser. Pero real y ontológicamente el poder-ser es el fundamento del deber —como veremos en el próximo capítulo. El deber-ser no es el objeto o tema del deber, sino que, a la inversa, el deber-ser como el ser en tanto poder-ser es el fundamento del deber, que no es sino la necesidad con que se me impone por ob-ligación algo a obrar, en vista a que el poder-deber-ser ad-venga. La distinción entre poder-ser y deber-ser sólo se funda en cuanto que se lo remita al no-todavía del ser en la temporalidad, o a la ex-igen-cia que el mismo ser impone a las mediaciones que pro-curan obrarlo. El fundamento es entonces la eudaimonía, la perfectio, el bonum commune universalis, el deber-ser, es decir: el ser, en cada caso el mío, el de la humanidad como historia universal com-prendido dia-lécticamente por "el hombre de la calle" en su más ingenua y cotidiana actitud. Por ello, la dignidad del hombre consiste en el "ser llamado (gerufen) por el ser en la salvaguardia de la verdad del ser. Este llamado ad-viene como pro-yección, en la que se origina el estar-arro-jado del Ser-ahí". En efecto, es desde el horizonte que hemos resumidamente planteado en este capítulo que el hombre está arrojado a ser sus posibilidades en el mundo.

HISTORIA DEL PUEBLO JUDIO, TALLER 7

HISTORIA DEL PUEBLO JUDIO

TALLER 7

VEA EL VIDEO

https://www.youtube.com/watch?v=TNTf1wtPaCs

CUESTIONARIO

1. ¿Cuál es la principal diferencia que señala el video entre el henoteísmo y el monoteísmo practicado por los hebreos?

A. El henoteísmo era exclusivo de los abiru, y el monoteísmo de los israelitas.

B. El henoteísmo creía que el dios de los hebreos era el más poderoso, pero el monoteísmo sostenía que era el único dios.

C. El henoteísmo creía en un solo dios, mientras que el monoteísmo reconocía la existencia de otros dioses.

D. El henoteísmo era una religión pagana, mientras que el monoteísmo fue una evolución posterior.

2. Según el video, ¿qué evento histórico permitió a los judíos regresar a sus tierras después del exilio en Babilonia?

A. Un tratado de paz entre los judíos y los babilonios.

B. La conquista de Babilonia por el Imperio Persa.

C. La conquista de Babilonia por parte de Alejandro Magno.

D. La caída del Imperio Asirio.

3. En el año 587 a.C., ¿qué rey babilónico conquistó el reino de Judá y forzó el exilio de sus élites?

A. Ciro.

B. Alejandro Magno.

C. Nabucodonosor.

D. Asurbanipal.

4. ¿Quién fue el rey nombrado por Roma que los judíos más ortodoxos veían como un convertido que no se ajustaba a las tradiciones?

A. Juan Hircano.

B. Salomón.

C. Pompeyo.

D. Herodes el Grande.

5. Según el video, ¿quién fue el líder que consiguió agrupar a todas las tribus hebreas bajo un único mando y establecer la capital en Jerusalén?

A. Samuel.

B. David.

C. Salomón.

D. Moisés

6. ¿Qué evento se narra en el video como el que forzó la dispersión de los israelitas por el Imperio Asirio?

A. La destrucción del Segundo Templo.

B. La conquista del reino de Israel en el 722 a.C.

C. El éxodo de Egipto.

D. El exilio de Babilonia en el 587 a.C.

7. Según el video, el origen del pueblo hebreo se establece en el salto del tercer al segundo milenio a.C. como parte de los pueblos...

A. Egipcios.

B. Asirios.

C. Semitass.

D. Indoeuropeos.

8. ¿Qué general romano aprovechó la guerra civil entre los asmoneos para ocupar la zona de Palestina?

A. Herodes.

B. Julio César.

C. Pompeyo.

D. Augusto.

9. Según el video, ¿quiénes eran los abiru y qué papel pudieron haber jugado en el origen del pueblo hebreo?

A. Eran un grupo de tribus seminómadas que podrían haber entrado en Egipto y luego se mezclaron con los israelitas.

B. Eran los antepasados de los samaritanos, que nunca se mezclaron con otros pueblos.

C. Eran un grupo de pastores sedentarios que fundaron las primeras ciudades-estado hebreas.

D. Eran un grupo de mercenarios que ayudaron a los faraones a construir las pirámides.

10. El video menciona que, a la muerte del rey Salomón, el reino de los hebreos se dividió. ¿Cómo se llamaron los dos reinos resultantes?

A. Judá e Israel.

B. Judá y Canaán.

C. Samaria y Jerusalén.

D. Israel y Judea.

 


CAPÍTULO VIII TANTO GUSTO, TALLER 9

 Taller 9

CAPÍTULO VIII

TANTO GUSTO

Imagínate que alguien te informa de que tu amigo Fulanito o tu amiga Zutanita han sido detenidos por «conducta inmoral» en la vía pública. Puedes estar seguro de que su «inmoralidad» no ha consistido en saltarse un semáforo en rojo, o en haber dicho a alguien una mentira muy gorda en plena calle, ni tampoco es que hayan sustraído una cartera aprovechando las apreturas urbanas. Lo más probable es que el salido de Fulanito se dedicase a palmear con rudo aprecio el trasero de las mejores jamonas que se fueran cruzando en su camino o que la descocada de Zutanita, tras unas cuantas copas, se haya empeñado en mostrar a los viandantes que su anatomía nada tiene que envidiar a la de Sabrina o Marta Sánchez. Y si alguna persona de las llamadas «respetables» (¡como si el resto de las personas no lo fuesen!) te anuncia en tono severo que tal o cual película es «inmoral», ya sabes que no se refiere a que aparezcan varios asesinatos en la pantalla o a que los personajes ganen dinero por medios poco limpios sino a... bueno, tú ya sabes a lo que se refieren.

Cuando la gente habla de «moral» y sobre todo de «inmoralidad», el ochenta por cien. To de las veces -y seguro que me quedo corto- el sermón trata de algo referente al sexo. Tanto que algunos creen que la moral se dedica ante todo a juzgar lo que la gente hace con sus genitales. El disparate no puede ser mayor y supongo que por poca atención que le hayas dedicado a lo que te vengo diciendo hasta ahora ya no se te ocurrirá compartirlo. En el sexo, de por sí, no hay nada más «inmoral» que en la comida o en los paseos por el campo; claro que alguien puede comportarse inmoralmente en el sexo (utilizándolo para hacer daño a otra persona, por ejemplo), lo mismo que hay quien se come el bocadillo del vecino o aprovecha sus paseos para planear atentados terroristas. Y por supuesto, como la relación sexual puede llegar a establecer vínculos muy poderosos y complicaciones afectivas muy delicadas entre la gente, es lógico que se consideren especialmente los miramientos debidos a los semejantes en tales casos. Pero, por lo demás, te digo rotundamente que en lo que hace disfrutar a dos y no daña a ninguno no hay nada de malo. El que de veras está malo es quien cree que hay algo de malo en disfrutar... No sólo es que «tenernos» un cuerpo, corno suele decirse (casi con resignación), sino que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y bienestar no hay vida buena que valga. El que se avergüenza de las capacidades gozosas de su cuerpo es tan bobo como el que se avergüenza de haberse aprendido la tabla de multiplicar.

Desde luego, una de las funciones indudablemente importantes del sexo es la procreación. ¡Qué te voy a contar a ti, que eres hijo mío! ¡Y es una consecuencia que no puede ser tomada!  a la ligera, pues impone obligaciones ciertamente éticas: repasa, si no te acuerdas, lo que te he contado antes sobre la responsabilidad como reverso inevitable de la libertad. Pero la experiencia sexual no puede limitarse simplemente a la función procreadora. En los seres humanos, los dispositivos naturales para asegurar la perpetuación de la especie tienen siempre otras dimensiones que la biología no parece haber previsto. Se les añaden símbolos y refinamientos, invenciones preciosas de esa libertad sin la que los hombres no seríamos hombres. Es paradójico que sean los que ven algo de «malo» o al menos de «turbio » en el sexo quienes dicen que dedicarse con demasiado entusiasmo a él animaliza al hombre.

La verdad es que son precisamente los animales quienes sólo emplean el sexo para procrear, lo mismo que sólo utilizan la comida para alimentarse o el ejercicio físico para conservar la salud; los humanos, en cambio, hemos inventado el erotismo, la gastronomía y el atletismo. El sexo es un mecanismo de reproducción para los hombres, como también para los ciervos y los besugos; pero en los hombres produce otros muchos efectos, por ejemplo, la poesía lírica y la institución matrimonial, que ni los ciervos ni los besugos conocen (no sé si por desgracia o por suerte para ellos). Cuanto más se separa el sexo de la simple procreación, menos animal y más humano resulta. Claro que de ello se derivan consecuencias buenas y malas, como siempre que la libertad está en juego... Pero de ese problema te vengo hablando casi desde la primera página de este rollo.

Lo que se agazapa en toda esa obsesión sobre la «inmoralidad» sexual no es ni más ni menos que uno de los más viejos temores sociales del hombre: el miedo al placer. Y como el placer sexual destaca entre los más intensos y vivos que pueden sentirse, por eso se ve rodeado de tan enfáticos recelos y cautelas. ¿Por qué asusta el placer? Supongo que será porque nos gusta demasiado. A lo largo de los siglos, las sociedades siempre han intentado evitar que sus miembros se aficionasen a darle marcha al cuerpo a todas horas, olvidando el trabajo, la previsión del futuro y la defensa del grupo: la verdad es que uno nunca se siente tan contento y de acuerdo con la vida como cuando goza, pero si se olvida de todo lo demás puede no durar mucho vivo. La existencia humana ha sido en toda época y momento un juego peligroso y eso vale para las primeras tribus que se agruparon junto al fuego hace millares de años y para quienes hoy tenemos que cruzar la calle cuando vamos a comprar el periódico. El placer nos distrae a veces más de la cuenta, cosa que puede resultarnos fatal. Por eso los placeres se han visto siempre acosados por tabúes y restricciones, cuidadosamente racionados, permitidos sólo en ciertas fechas, etc.: se trata de precauciones sociales (que a veces perduran aun cuando ya no hacen falta) para que nadie se distraiga demasiado del peligro de vivir.

Por otro lado, están quienes sólo disfrutan no dejando disfrutar. Tienen tanto miedo a que el placer les resulte irresistible, se angustian tanto pensando lo que les puede pasar si un día le dan de verdad gusto al cuerpo, que se convierten en calumniadores profesionales del placer. Que si el sexo esto, que si la comida y la bebida lo otro, que si el juego lo de más allá, que si basta de risas Y fiestas con lo triste que es el mundo, etc.

Tú, ni caso. Todo puede llegar a sentar mal o servir para hacer el mal, pero nada es malo sólo por el hecho de que te dé gusto hacerlo. A los calumniadores profesionales del placer se les llama «puritanos». ¿Sabes quién es puritano? El que asegura que la señal de que algo es bueno consiste en que no nos gusta hacerlo. El que sostiene que siempre tiene más mérito sufrir que gozar (cuando en realidad puede ser más meritorio gozar bien que sufrir mal). Y lo peor de todo: el puritano cree que cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo pasa mal es porque está viviendo bien. Por supuesto, los puritanos se consideran la gente más «moral» del mundo y además guardianes de la moralidad de sus vecinos. No quiero ser exagerado, aunque suelo serlo, pero yo te diría que es más «decente» y más «moral» el sinvergüenza corriente que el puritano oficial. Su modelo suele ser la señora de aquel cuento... ¿te acuerdas? Llamó a la policía para protestar de que había unos chicos desnudos bañándose delante de su casa. La policía alejó a los chicos, pero la señora volvió a llamar diciendo que se estaban bañando (desnudos, siempre desnudos) un poco más arriba y que seguía el escándalo. Vuelta a alejarlos la policía y vuelta a protestar la señora. «Pero señora - dijo el inspector-, si los hemos mandado a más de un kilómetro y medio de distancia ...» Y la puritana contestó, «virtuosamente» indignada: «¡Si, pero con los gemelos todavía sigo viéndoles!»

Como a mi juicio el puritanismo es la actitud más opuesta que puede darse a la ética, no me oirás ni una palabra contra el placer ni por supuesto intentaré de ningún modo que te avergüences, aunque sea poquito, por el apetito de disfrutar lo más posible con cuerpo y alma. Incluso estoy dispuesto a repetirte con la mayor convicción el consejo de un viejo maestro francés que mucho te recomiendo, Michel de Montaigne: «Hay que retener con todas nuestras uñas y dientes el uso de los placeres de la vida, que los años nos quitan de entre las manos unos después de otros.» En esa frase de Montaigne quiero destacarte dos cosas. La primera aparece al final de la recomendación y dice que los años nos van quitando sin cesar posibilidades de gozo por lo que no es prudente esperar demasiado para decidirse a pasarlo bien. Si tardas mucho en pasarlo bien, terminas por pasar de pasarlo bien... Hay que saber entregarse al saboreo del presente, lo que los romanos (y el un poco latoso profe-poeta de El club de los poetas muertos) resumían en-el dicho carpe diem. Pero esto no quiere decir que tengas que buscar hoy todos los placeres, sino que debes buscar todos los placeres de hoy. Uno de los medios más seguros de estropear los goces del presente es empeñarte en que cada momento tenga de todo y que te brinde las satisfacciones más dispares e improbables. No te obsesiones con meter a la fuerza en el instante que vives los place- 1 res que no pegan; procura más bien encontrarle el guiño placentero a todo lo que hay. Vamos: no dejes que se te enfríe el huevo frito por esforzarte a contracorriente en conseguir una hamburguesa ni te amargues la hamburguesa ya servida porque le falta ketchup... Recuerda que lo placentero no es el huevo, ni la hamburguesa, ni la salsa, sino lo bien que tú sepas disfrutar con lo que te rodea.

Lo cual me lleva al principio de la cita de Montaigne que antes te puse, cuando habla de aferrarse con uñas y dientes «al uso de los placeres de la vida». Lo bueno es usar los placeres, es decir, tener siempre cierto control sobre ellos que no les permita revolverse contra el resto de lo que forma tu existencia personal. Recuerda que hace bastantes páginas, con motivo de Esaú y sus lentejas recalentadas, hablamos de la complejidad de la vida y de lo recomendable que es para vivirla bien no simplificarla más de lo debido. El placer es muy agradable, pero tiene una fastidiosa tendencia a lo excluyente: si te entregas a él con demasiada generosidad es capaz de irte dejando sin nada con el pretexto de hacértelo pasar bien. Usar los placeres, como dice Montaigne, es no permitir que cualquiera de ellos te borre la posibilidad de todos los otros y que ninguno te esconda por completo el contexto de la vida nada simple en que cada uno tiene su ocasión. La diferencia entre el «uso» y el «abuso» es precisamente ésa: cuando usas un placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer, sino que la vida misma te gusta cada vez más; es señal de que estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular placer. 0 sea que el placer ya no es un ingrediente agradable de la plenitud de la vida, sino un refugio para escapar de la vida, para esconderte de ella y calumniarla mejor...

A veces decimos eso de «me muero de gusto». Mientras se trate de lenguaje figurado no hay nada que objetar, porque uno de los efectos benéficos del placer muy intenso es disolver todas esas armaduras de rutina, miedo y trivialidad que llevamos puestas y que a menudo nos amargan más de lo que nos protegen; al perder esas corazas parecernos «morir» respecto a lo que habitualmente somos, pero para renacer luego más fuertes y animosos. Por eso los franceses, especialistas delicados en esos temas, llaman al orgasmo «la petite mort», la muertecita... Se trata de una «muerte» para vivir más y mejor, que nos hace más sensibles, más dulce o fieramente apasionados. Sin embargo, en otros casos el gusto que obtenemos amenaza con matarnos en el sentido más literal e irremediable de la palabra. 0 mata nuestra salud y nuestro cuerpo, o nos embrutece matando nuestra humanidad, nuestros miramientos para con los demás y para con el resto de lo que constituye nuestra vida. No voy a negarte que haya ciertos placeres por los que pueda merecer la pena jugarse la vida. El «instinto de conservación» a toda costa está muy bien pero no es más que eso: un instinto. Y los humanos vivimos un poco más allá de los instintos o si no la cosa tiene poca gracia. Desde el punto de vista del médico o del acojonado profesional, ciertos placeres nos hacen daño y suponen un peligro, aunque para quienes tenemos una perspectiva menos clínica sigan siendo muy respetables y considerables. Sin embargo, permíteme que desconfíe de todos los placeres cuyo principal encanto parezca ser el «daño» y el «peligro» que proporcionan. Una cosa es que te «mueras de gusto» y otra bastante distinta que el gusto consista en morirse... o al menos en ponerse «a morir». Cuando un placer te mata, o está siempre -para darte gusto- a

punto de matarte o va matando en ti lo que en tu vida hay de humano (lo que hace tu existencia ricamente compleja y te permite ponerte en el lugar de los otros)... es un castigo disfrazado de placer, una vil trampa de nuestra enemiga la muerte. La ética consiste en apostar a favor de que la vida vale la pena, ya que hasta las penas de la vida valen la pena. Y valen la pena porque es a través de ellas como podemos alcanzar los placeres de la vida, siempre contiguos -es el destino- a los dolores. De modo que si me das a elegir obligadamente entre las penas de la vida y los placeres de la muerte, elijo sin dudar las primeras... ¡precisamente porque lo que me gusta es disfrutar y no perecer! No quiero placeres que me permitan huir de la vida, sino que me la hagan más intensamente grata.

Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cuál es la mayor gratificación que puede darnos algo en la vida? ¿Cuál es la recompensa más alta que podemos obtener de un esfuerzo, una caricia, una palabra, una música, un conocimiento, una máquina, o de montañas de dinero, del prestigio, de la gloria, del poder, del amor, de la ética o de lo que se te ocurra? Te advierto que la respuesta es tan sencilla que corre el riesgo de decepcionarte: lo máximo que podemos obtener sea de lo que sea es alegría. Todo cuanto lleva a la alegría tiene justificación (al menos desde un punto de vista, aunque no sea absoluto) y todo lo que nos aleja sin remedio de la alegría es un camino equivocado. ¿Qué es la alegría? Un «sí» espontáneo a la vida que nos brota de dentro, a veces cuando menos lo esperamos. Un «sí» a lo que somos, o mejor, a lo que sentimos ser. Quien tiene alegría ya ha recibido el premio máximo y no echa de menos nada; quien no tiene alegría -por sabio, guapo, sano, rico, poderoso, santo, etc., que sea- es un miserable que carece de lo más importante. Pues bien, escucha: el placer es estupendo y deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no cuando la enturbia o la compromete. El límite negativo del placer no es el dolor, ni siquiera la muerte, sino la alegría: en cuanto empezamos a perderla por determinado deleite, seguro que estamos disfrutando con lo que no nos conviene. Y es que la alegría, no sé si vas a entenderme, aunque no logro explicarme mejor, es una experiencia que abarca placer y dolor, muerte y vida; es la experiencia que definitivamente acepta el placer y el dolor, la muerte y la vida.

Al arte de poner el placer al servicio de la alegría, es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. Se trata de una habilidad fundamental del hombre libre pero hoy no está muy de moda: se la quiere sustituir por la abstinencia radical o por la prohibición policíaca. Antes que intentar usar bien algo de lo que se puede usar mal (es decir, abusar), los que han nacido para robots prefieren renunciar por completo a ello y, si es posible, que se lo prohíban desde fuera, para que así su voluntad tenga que hacer menos ejercicio. Desconfían de todo lo que les gusta; o, aún peor, creen que les gusta todo aquello de lo que desconfían. «¡Que no me dejen entrar en un bingo, porque me lo jugaré todo! ¡Que no me consientan probar un porro, porque me convertiré en un esclavo babeante de la droga!» Etc. Son como esa gente que compra una máquina que les da masajes en la barriga para no tener que hacer flexiones con su propio esfuerzo. Y claro, cuanto más se privan a la fuerza de las cosas, más locamente les apetecen, más se entregan a ellas con mala conciencia, dominados por el más triste de todos los placeres: el placer de sentirse culpables. Desengáñate: cuando a uno le gusta sentirse «culpable», cuando uno cree que un placer es más placer auténtico si resulta en cierto modo «criminal», lo que se está pidiendo a gritos es castigo... El mundo está lleno de supuestos «rebeldes» que lo único que desean en el fondo es que les castiguen por ser libres, que algún poder superior de este mundo o de otro les impida quedarse a solas con sus tentaciones.

En cambio, la templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son «egoístas» porque siempre hay alguien sufriendo mientras tú gozas, le respondes que es bueno ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento sufriendo también 0 por estar disfrutando como el otro quisiera poder disfrutar. Comprender el sufrimiento de quien padece e intentar remediarlo no supone más que interés porque el otro pueda gozar también, no vergüenza porque tú estés gozando. Sólo alguien con muchas ganas de amargarse la vida y amargársela a los demás puede llegar a creer que siempre se goza contra alguien. Y a quien veas que considera «sucios» y «animales» todos los placeres que no comparte o que no se atreve a permitirse, te doy permiso para que le tengas por sucio y por bastante animal. Pero yo creo que esta cuestión ha quedado ya suficientemente clara, ¿no?

Vete leyendo...

«Lo que el oído desea oír es música, y la prohibición de oír música se llama obstrucción al oído. Lo que el ojo desea es ver belleza, y la prohibición de ver belleza es llamada obstrucción a la vista. Lo que la nariz desea es oler perfume, y la prohibición de oler perfume es llamada obstrucción al olfato. De lo que la boca quiere hablar es de lo justo e injusto, y la prohibición de hablar de lo justo e injusto es llamada obstrucción al entendimiento. Lo que el cuerpo desea disfrutar son ricos alimentos y bellas ropas, y la prohibición de gozar de éstos se llama obstrucción a las sensaciones del cuerpo. Lo que la mente quiere es ser libre, y la prohibición a esta libertad se llama obstrucción a la naturaleza» (Yang Chu, siglo in d.C.).

«El vicio corrige mejor que la virtud. Soporta a un vicioso y tomarás horror al vicio. Soporta a un virtuoso y pronto odiarás a la virtud entera» (Tony Duvert, Abecedario malévolo). La moderación presupone el placer; la abstinencia, no. Por eso hay más abstemios que moderados» (Lichtenberg, Aforismos).

 La única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien, por «nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás» (John Stuart Mill, Sobre la libertad).

Cuestionario

1.    Realice un resumen del capitulo

2.    ¿Cuál es la idea central del capítulo?

3.    ¿Cuál es la diferencia entre placer y alegría?

4.    ¿Qué significa ser “temperado”?

5.    ¿Por qué algunas personas tienen miedo al placer?

6.    5. ¿Qué tienen en común el erotismo, el atletismo y la gastronomía?