La comprensión como “poder ser” TALLER4

 TALLER 4

4. La comprensión como “poder ser”

El fundamento al que la com-prensión abre el acceso es el ser mismo, sea en el orden de la manifestación mundana de la verdad del ser, sea en el orden de la constitución de la realidad del ser. El orden de la constitución —tal como la hemos indicado— es un más allá del horizonte trascendental del mundo, un prius concomitante al orden del des-cubrimiento. Esta com-prensión es el fundamento de la prâxis y todo conocer o pensar temático lo supone. Pero esta com-prensión no es una intuición evidente, es decir, lo com-prendido o abarcado no se manifiesta totalmente a la visión del hombre (e-vidente), sino que el ser com-prendido se retira como un horizonte que cuando se lo quiere captar como ente se ausenta nuevamente como fondo desde el cual. Esta com-prensión existencial del ser en cada caso mío se torna así el mejor signo de la finitud del hombre.

"La experiencia específica de la finitud se presenta al mismo tiempo como una experiencia correlativa de limitación y de trascendencia del límite". Los entes son simplemente finitos, limitados; el hombre, en cambio, tiene como modo fundamental de ser la finitud. ¿Y esto por qué? Porque el hombre no es el Absoluto infinito, pero tampoco lo finito acabado o totalmente dado. El hombre tiene como signo de su ser una esencial intotalización; es en su ser un movimiento de totalización nunca acabado. Entre el Infinito perfecto y lo-ente-dado se abre un nuevo ámbito, el hombre penetra dicho ámbito: el mundo. Sartre ha descrito este hecho de manera personal y al mismo tiempo poética.

La experiencia de la náusea se produce, para Sartre, cuando nos enfrentamos a lo ente en bruto previo a la apertura del mundo: "De repente se hizo claro como el día: las cosas se habían revelado repentinamente... quedaban masas monstruosas y blandas, en desorden, desnudas en una extraña y obscena desnudez". Es lo ente (en-soi) como totalidad finita totalizada, dada, siendo lo que mera y fácticamente es. Por el hombre, sin embargo, emerge otro ámbito que Sartre denomina la nada (le néant) de ente: "Es necesario que la Nada sea constituida en el corazón del Ser [= lo ente]... Es necesario que exista un ser por el que la Nada venga entre las cosas... El hombre se presenta como el ser que hace emerger la Nada en el mundo, en tanto que está afectado a sí mismo de no-estar (non-être) en su fin... A esta posibilidad de la realidad humana de segregar la Nada que lo aísla, Descartes, a partir de los estoicos, le ha dado un nombre: libertad". El mundo, en cuanto no "este" ni "aquel" ente, en cuanto "ningún" ente en particular es negación. De esta manera estamos ya introducidos en la cuestión. El mundo es un ámbito de trascendencia a lo meramente ente-dado, porque el hombre no sólo es un ser factualmente dado, sino que, igualmente y por esencia, es un ser intotalizado; es un poder-ser; es finitud. Entre lo que ya es y el poder-ser se abre un abismo: el mundo de las posibilidades (tema del próximo capítulo), la nada sartreana.

La finitud como modo intotalizado de ser se funda en el com-prender que el hombre tiene de sí mismo como poder-ser. Por ello la "comprensión es la esencia más íntima de la finitud". Sobre el fundamento de la comprensión existencial el hombre viene a ser el más precario de los entes; su ex-sistencia se torna un riesgo y el poder-ser puede llegar a no-ser. La experiencia de la angustia ante la propia muerte es una posibilidad de autentificación que deja en claro mi finitud. La muerte se muestra como lo contrario a la Totalidad totalizada. Sin embargo, la muerte y la Totalidad-dada, son el círculo dentro del cual el hombre se com-prende a sí mismo. "La Totalidad no puede ser pensada en ella misma ni puede recibir un contenido positivo: designa más bien un horizonte inaccesible [y, sin embargo, presente]". El hombre nunca puede com-prenderse como un entetodo, sino que siempre es un no-todo, un ente no totalizado, inclauso, abierto. El hombre no está dado como una piedra; se-va-dando, pero no como se va dando la planta en su crecimiento. El se-va  dando del hombre es radicalmente diverso, es un modo de ser que le es esencial. Cuando una planta llega a su madurez da un fruto, llega a su plenitud, a su fin. El hombre, en cambio, mientras es un ente que es, no ha alcanzado nunca su totalidad. El hombre como totalidad realizada es imposible, porque su fin (télos) se le escapa de las manos como un horizonte que va siempre más allá: es inaprehensible. El hombre es poder-ser (Sein-können, dynatós: no en el sentido que es fuerte, que es rico o pudiente, sino en tanto que puede-todavía ser "algo" sobre lo que tiene un dominio que deberemos describir; se trata del finito señorío de la prâxis). Por ello el hombre es un ser abierto, que se trasciende a sí mismo, que está delante de sí como facticidad. La pre-ocupación es un modo fundamental del pre-ser-se (un estar como anticipando proyectivamente su propio ser que ad-viene). El hombre no es totalidad dada; es apertura a la Totalidad. Es finitud. Alguno podría pensar que al llegar al fin de la vida, con la muerte, el hombre alcanza la totalidad, como la planta el fruto. Pero no es así, la muerte fáctica indica simplemente que alguien ha dejado de ex-sistir, de ser en el mundo. El "hombre de la calle", el "científico" interpretan y trivializan el hecho de la muerte para guarecerse de su inquietante interpelación. En efecto, la muerte es reducida a un mero "hecho" por el científico, o a la "noticia necrológica" del diario por el hombre de la calle: "al cabo también uno morirá". La muerte propia, la que como algo presente nos remite al irrevocable no-estar-ya-en-el-mundo, se trata de un horizonte ontológico. Ella nos manifiesta también que aún en el término de nuestro ex-sistir, siempre, el hombre será in-clauso (la Unabgeschlossenheit). Este in-acabamiento o no-totalización (Unganzheit) esencial nos indica que siempre falta algo al poder-ser. El hombre, por su finitud, es un poder-ser ad infinitum. El "ser in-totalizado abierto a la Totalidad" es un existenciario que abarca el "ser para la muerte" y que define el poder-ser.

La tentación permanente del hombre es superar la finitud por la inmediatez. El hombre cae siempre en la tentación de ser Dios; Totalidad realizada en la inmediatez. Intuición absoluta y cierta, translúcida y sin fisuras. Sueño del idealismo absoluto de Fichte ("yo, como sujeto absoluto") o de Hegel ("das absolute Wissen"). En este caso la com-prensión del ser sería intuición cierta; sería el ego cogito que tiene certeza del propio sujeto. Sin embargo, la realidad de la finitud humana, como poder-ser, es muy otra. La com-prensión del ser, que es com-prenderse como pudiendo todavía ser algo más de lo que ya se es, "es vivida en la ambigüedad". El poder-ser no es una dimensión humana que pueda ser captada por la inteligencia teórica o inmediata, con evidencia o certeza. Por el contrario, debe situarse como el último horizonte existencial: la com-prensión cotidiana y fundamental tiene que habérselas con el ser, en cada caso el mío, que incluye en su estructura esencial el poder-ser. Dicho poder-ser, aunque com-prendido, nunca es apresado en la inmediatez. Por el contrario, como fondo desde el cual todo se nos avanza y dentro del cual todo nos hace frente, el poder-ser es intentado por el movimiento de totalización que es un pasaje nunca acabado de mediaciones. La mediación es lo contrario a lo inmediato. El ser del hombre nunca puede ser aprendido por el "pensar", como se lo imaginaba el idealismo o la metafísica moderna. Sin embargo, la com-prensión es un aprehender y el horizonte del poder-ser es la luz que ilumina todas las posibilidades que desde él se abren. No hay que confundir ceguera con in-objetividad. El poder-ser no puede ser objeto porque es el horizonte sobre el cual todo se recorta y, sin embargo, está allí, presente en su ausencia. Es com-prendido como lo último y, por ello mismo, nunca captado como una cosa, como un útil. El hombre tiene entonces ese poder-ser que no es la mera dynamis de las cosas (una semilla puede-ser un árbol); plano óntico o de la realidad infra-stante. El hombre tiene un poder-ser (que no por ello deja de ser dynamis en el sentido aristotélico: óntico o real) que es asumido en el horizonte ontológico, y en este nivel al que el hombre se abre, en exclusividad, la dynamis óntica se convierte en el poder-ser de una finitud mundana que se des-vive por lo que le pre-ocupa: su ser que le ad-viene como poder-ser. Se abre así a sus pies un abismo: entre su ser ya-dado fá-cticamente y su poder-ser, y queda como en medio de dos bordes de un precipicio nunca franqueable, queda el hombre sin defensa ni escapismos abierto al mundo: "El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el hombre que se trasciende (Uebermensch), una cuerda sobre el abismo. Un peligroso viaje, un peligroso retorno sobre sus pasos, un peligroso permanecer en el mismo lugar. Lo grandioso del hombre es que no es un fin sino un puente: lo que puede ser amado en el hombre es que es un pasaje ascendente o una decadencia".

La otra orilla infranqueable es el poder-ser realizado, la Totalidad totalizada, el saber absoluto, la intuición clarividente del fin. El hombre en cambio camina en la ambigüedad del "finito-comprensor" ante el misterio.

El hombre entonces está como rasgado en su propio ser. Este como desdoblamiento no es un hecho psicológico, es una estructura ontológica o esencial al hombre mismo. El ser del hombre está traspasado de negación (negatividad que, se opone a la pura positividad de lo dado, y más todavía de lo totalmente inmediato). La negación (el poder-ser que jamás puede ser totalizadamente) lanza al hombre en el movimiento de sobre pasar todo lo que le hace frente y le atrae a la identidad, reconciliación acabada del ser con el poder-ser, inmediatez dada de una vez y sin límites. Esta nostalgia y aspiración a la Totalidad permite al hombre continuar su movimiento de trascendencia. Es sólo reconociéndose como finitud, en su com-prensión no intuitiva ni evidente del propio ser como poder-ser, que el hombre escapa al fracaso más rotundo: el creerse investido de la quietud del que es todo-ya. Es la tentación de volver al estado de naturaleza, de ser meramente cosa; es el terror a la historia, el miedo a la libertad; es la desproporción de creerse Dios, con lo cual se oculta una baja instrumentación de lo divino pretendidamente tal. "El sueño de la inmediatez no es jamás inocente: el que se abandona en esto se pierde enteramente, porque la relación que lo liga a las determinaciones permanece real, pero en adelante ella es empobrecida porque no puede contar ya con la negación fecunda que es la sola que puede salvar la apertura infinita del ser humano".

La com-prensión de la que venimos hablando, en su sentido primario o fundamental (ver el § 2), es el abrirse al círculo mismo del mundo como tal, pero ahora podemos agregar que dicho horizonte no es sólo un ser-dado, sólo un estar-siendo (ver el § 3), sino que siempre, en el caso del hombre, es un poder-ser. Porque la com-prensión fundamental, que es apertura misma al mundo, es apertura al ser del hombre como poder-ser es que captamos (sentido derivado de la com-pren-sión) lo que nos hace frente dentro del mundo como posibilidades. "Las cosas" o "útiles" que nos rodean dentro del mundo no son meros entes ante un com-prensor que sólo ya-es. Dichos "útiles" a la mano son momentos del mundo de un com-pren-sor-de-su-poder-ser, y porque es un "com-prenderse como poder-ser" es que todo lo que le enfrenta es trastrocado en cosa-sentido, cosa-en-referencia-a, cosa que "posibilita" el po-der-ser, cosa que no consiste en su ser cerrado sino en su estar dentro de un plexo de sentido en vista y fundado en el "como me comprendo poder-ser". El ser mismo de lo intramundano es posibilidad, porque el horizonte de com-prensión es poder-ser. No se crea, sin embargo, que ese poder-ser es abstracto o universal; es siempre y en cada caso ya situado desde la fáctica posición del ser ya-dado del hombre que puede-ser. El poder ser es el horizonte concreto, histórico, existencial que se abre al hombre en situación; horizonte intransferible, único.